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¿Qué produce la salvación?

La consecuencia de la salvación es que los pecados del pecador son perdonados y este es nacido de nuevo como una nueva persona, un cristiano, un creyente, un hijo de Dios, y está sellado por el Espíritu Santo. También creen que no todos los individuos obtienen salvación, porque no todos confiarán en Jesucristo.

¿Qué dice la Biblia sobre nuestra salvación?

Pablo testificó: “Porque así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:22). En este sentido, todos somos salvos, independientemente de las decisiones que tomemos durante esta vida. Se trata de un don gratuito del Salvador para todos los seres humanos.

¿Qué significa una vez salvo siempre salvo?

Salvo siempre salvo– también conocido como la seguridad eterna incondicional: no importa qué nombre le pongas, la idea de que una persona convertida a Cristo es 100% seguro de llegar al Cielo y no puede apostatarse puede dar un sentir de consolación.

¿Qué es la salvación para el ser humano?

Por eso, bien podemos definir la salvación como la unión íntima de los hombres con Dios y la unidad de todo el género humano entre sí (LG 1), con lo que ello significa de liberación de todo mal y plenitud de todo anhelo y posibilidad del hombre.

¿Qué dijo Jesús de la salvación?

Hechos 13:47. Ésa es la orden que el Señor nos dio, cuando dijo: “Te he puesto como luz para las naciones, para que lleves salvación hasta los confines de la tierra” (Hch 13:47).

¿Cuáles son las etapas de la salvación?

El plan del Padre Celestial consiste en tres etapas principales: nuestra vida preterrenal, que precedió nuestro nacimiento físico; nuestra vida terrenal; y nuestra vida después de la muerte.

¿Quién fundó la doctrina salvo siempre salvo?

José Luis de Jesús – Wikipedia, la enciclopedia libre.

¿Cuál es el plan de salvación de Dios?

El plan de salvación es la plenitud del Evangelio e incluye la Creación, la Caída, la expiación de Jesucristo y todas las leyes, ordenanzas y doctrinas del Evangelio. El albedrío moral, la capacidad de decidir y de actuar por nuestra cuenta, también es esencial para el plan de nuestro Padre Celestial.

¿Qué salmo habla de salvación?

Salmo 27. David dice: Jehová es mi luz y mi salvación — Desea morar en la casa de Jehová para siempre — David aconseja: Espera en Jehová y esfuérzate. Salmo de David. 1 Jehová es mi aluz y mi bsalvación;¿a quién ctemeré?

¿Qué dice en Romanos 10 13?

13 porque todo aquel que ainvoque el nombre del Señor será salvo.

¿Puede un cristiano perder la salvación?

Pregunta

Respuesta

Antes de que esta pregunta sea respondida, se debe definir el término “cristiano”. Un “cristiano” no es una persona que haya dicho una oración, o pasado al frente, o que haya crecido en una familia cristiana. Mientras que cada una de estas cosas pueden ser parte de la experiencia cristiana, no son éstas las que “hacen” que una persona sea cristiana. Un cristiano es una persona que ha recibido por fe a Jesucristo y ha confiado totalmente en Él como su único y suficiente Salvador y, por lo tanto, tiene el Espíritu Santo (Juan 3:16; Hechos 16:31; Efesios 2:8-9).Así que, con esta definición en mente, ¿puede un cristiano perder la salvación? Quizá la mejor manera de responder a esta importante y crucial pregunta, es examinando lo que la Biblia dice que ocurre en la salvación, y entonces estudiar lo que implicaría perder la salvación.Un cristiano es una nueva criatura. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Un cristiano no es simplemente una versión “mejorada” de una persona; un cristiano es una criatura completamente nueva. Él está “en Cristo”. Para que un cristiano perdiera la salvación, la nueva creación tendría que ser destruida.Un cristiano es redimido. “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:18-19). La palabra “” se refiere a una compra que ha sido hecha, un precio que ha sido pagado. Fuimos comprados y Cristo pagó con Su muerte. Para que un cristiano perdiera la salvación, Dios tendría que revocar Su compra por la que pagó con la preciosa sangre de Cristo.Un cristiano es justificado. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). “Justificar” significa “declarar justo”. Todos los que reciben a Jesucristo como Salvador son “declarados justos” por Dios. Para que un cristiano perdiera la salvación, Dios tendría que retractarse de lo dicho en Su Palabra y “cancelar” lo que Él declaró previamente. Los absueltos de culpa tendrían que ser juzgados de nuevo y declarados culpables. Dios tendría que revertir la sentencia dictada por el tribunal divino.A un cristiano se le promete la vida eterna. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16). La vida eterna es una promesa de vida para siempre en el Cielo con Dios. Dios hace esta promesa – “cree, y tendrás vida eterna”. Para que un cristiano perdiera la salvación,tendría que ser definida nuevamente. Si a un cristiano se le ha prometido vivir para siempre, ¿cómo entonces puede Dios romper esta promesa, quitándole la vida eterna?Un cristiano es marcado por Dios y sellado por el Espíritu. “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Efesios 1:13-14). En el momento de la fe, el nuevo cristiano es marcado y sellado con el Espíritu, a quien se le prometió que actuaría como depósito para garantizar la herencia celestial. El resultado final es que la gloria de Dios es alabada. Para que un cristiano pierda la salvación, Dios tendría que borrar la marca, retirar el Espíritu, cancelar el depósito, romper Su promesa, revocar la garantía, guardar la herencia, renunciar a la alabanza y disminuir Su gloria.A un cristiano se le garantiza la glorificación. “Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó” (Romanos 8:30). De acuerdo a Romanos 5:1, la justificación es nuestra al momento de la fe en Cristo. Según Romanos 8:30, la glorificación viene con la justificación. Todos aquellos a quienes Dios justifica, se les promete la glorificación. La glorificación se refiere a un cristiano recibiendo un perfecto cuerpo glorificado en el Cielo. Si un cristiano pudiera perder la salvación, entonces Romanos 8:30 sería un error, porque Dios no puede garantizar la glorificación para todos aquellos a quienes Él predestinó, llamó, y justificó.Un cristiano no puede perder la salvación. La mayoría, si no todo, de lo que la Biblia dice que nos sucede cuando recibimos a Cristo, sería invalidado si la salvación se perdiera. La salvación es el don de Dios, y los dones de Dios son “irrevocables” (Romanos 11:29). Un cristiano no puede ser creado sin una nueva creación. Los redimidos no pueden ser recomprados. La vida eterna no puede ser temporal. Dios no puede renegar de Su Palabra. Las Escrituras dicen que Dios no puede mentir (Tito 1:2).Las objeciones más frecuentes a la creencia de que un cristiano no puede perder la salvación son; (1) ¿qué hay de aquellos que son cristianos y continuamente viven una vida inmoral sin arrepentirse? – y – (2) ¿qué pasa con aquellos que son cristianos, pero luego rechazan la fe y niegan a Cristo? El problema con estas dos objeciones es la suposición de que todos los que se dicen ser “cristianos” han nacido de nuevo. La Biblia declara que un verdadero cristiano ya no continuará viviendo una vida inmoral sin arrepentirse (1 Juan 3:6). (2) La Biblia también declara que alguien que se separa de la fe, demuestra que realmente nunca fue un cristiano (1 Juan 2:19). Puede haber sido religioso, puede haber aparentado, pero nunca nació de nuevo por el poder de Dios. “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:16). Los redimidos de Dios pertenecen al “que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios” (Romanos 7:4).Nada puede separar a un cristiano del amor del Padre (Romanos 8:38-39). Nada puede arrebatar a un cristiano de la mano de Dios (Juan 10:28-29). Dios garantiza la vida eterna y mantiene la salvación que Él nos ha dado. El Buen Pastor busca la oveja perdida y, “cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos” (Lc 15:5-6). El cordero es encontrado, y el Pastor soporta alegremente la carga; nuestro Señor asume toda la responsabilidad de llevar al perdido a casa sano y salvo. Judas 24-25 enfatiza aún más la bondad y fidelidad de nuestro Salvador: “Y Aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén”.

6 RAZONES QUE ENSEÑAN QUE LA SALVACIÓN NO SE PIERDE

Antes de responder esta pregunta tenemos que definir el término cristiano. Un cristiano no es una persona que haya dicho una oración, o pasado al frente, o que haya crecido con una familia cristiana; mientras que cada una de estas cosas pueden ser parte de la experiencia cristiana, no son las que hacen a una persona cristiana.

Un cristiano es una persona que ha recibido por fe a Jesucristo, y ha confiado totalmente en Él como su único y suficiente salvador, tal y como lo señala Juan 3:16 y Efesios 2:8-9

Así que con esta definición en mente, ¿puede un cristiano perder la salvación? Quizá la mejor manera de responder a esta importante y crucial pregunta es examinando lo que la Biblia dice que ocurre en la salvación, y entonces estudiar lo que implicaría perder la salvación, estos son algunos ejemplos:

1.- Un cristiano es una nueva criatura.

Dice el texto:

De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. – 2 Corintios 5:17

Estos versos hablan de una persona que se ha convertido en una nueva criatura como resultado de estar en Cristo para que un cristiano perdiera la salvación, la nueva creación tendría que ser revertida y cancelada.

2.- Un cristiano es redimido.

«…sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación». – 1 Pedro 1:18-19

La palabra redimido se refiere a una compra que ha sido hecha, a un precio que ha sido pagado, para que un cristiano perdiera la salvación, Dios tendría que revocar su compra por la que pago con la preciosa sangre de Cristo.

3.- Un cristiano es justificado.

Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. – Romanos 5:1

Justificar significa declarar justo, todos los que recibieron a Jesucristo como salvador, son declarados justos por Dios, para que un cristiano perdiera la salvación Dios tendría que estar indeciso de lo dicho en su Palabra y retractarse de lo que Él declaró previamente.

4.- Un cristiano tiene vida eterna.

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. – Juan 3:16

La vida eterna es una promesa de vida para siempre con Dios, Él hace esta promesa «…cree, y tendrás vida eterna…» para que un cristiano perdiera la salvación, la vida eterna tendría que ser retirada; si a un cristiano se le ha prometido vivir para siempre, ¿cómo entonces Dios puede romper esta promesa quitándole la vida eterna?

5.- Un cristiano tiene garantizada la glorificación.

Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. – Romanos 8:30

Como lo aprendimos en Romanos 5:1, la justificación es declarada al momento de la fe en Cristo, de acuerdo a Romanos 8:30, la glorificación está garantizada para aquellos a quienes Dios justifica, la glorificación se refiere a un cristiano recibiendo un perfecto cuerpo glorificado en el Cielo, si un cristiano pudiera perder la salvación, entonces Romanos 8:30 sería un error, debido a que Dios no podría garantizar la glorificación para todos aquellos quienes Él predestinó, llamó y justificó.

6.- Un cristiano ha sido sellado por el Espíritu Santo.

En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria. – Efesios 1:13-14

Para que un cristiano perdiera la salvación el Espíritu Santo tendría que retirar su sello y su garantía de promesa. Podríamos compartir muchas más ilustraciones de lo que ocurre en la salvación, sin embargo, estas pocas hacen abundantemente claro que un cristiano no puede perder la salvación. La mayor parte si no es que todo lo que la Biblia dice que ocurre a una persona cuando recibe a Jesucristo como Salvador, sería invalidado si la salvación pudiera perderse.

La salvación no puede ser revertida, un cristiano no puede ser «descreado» como nueva criatura, la redención no puede ser deshecha, la vida eterna no puede perderse y seguir considerándose como vida eterna, tendríamos que llamarle vida temporal, si un cristiano perdiera la salvación, Dios tendría que retractarse de su Palabra y cambiar de parecer, dos cosas que la Escritura nos enseña que jamás hace.

La Salvación se pierde o No (Estudio a la luz de la biblia)

SE PIERDE LA SALVACIÓN O NO ? – ¿QUÉ DICE LA BIBLIA?

Bienvenidos a este estudio semanal, en esta ocasión presentaremos un tema, que es controversial para algunos grupos y que tiende a generar división en medio de los creyentes.

Es claro que Dios a creado todo un plan perfecto para el hombre y la mujer, con el fin de que pueda vivir con la certeza que su fe y su entrega dará frutos de salvación y vida eterna.

Pero también sabemos que el mundo hoy experimenta una gran apostasía, un alejamiento de los valores y de la fe, tanto así que a afectado aun a la misma comunidad cristiana, en algunos sectores.

La biblia nos habla de estos tiempos y de estos hechos; leamos.

2 Timoteo 4:3-4.

Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que, teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.

Si el tema de la salvación del alma no fuera algo tan importante y relevante para Dios, por que fue capaz de entregar a su propio hijo para que el mundo fuera perdonado y libre, la pregunta es retórica y de reflexionar.

Podremos cada uno de nosotros ver el valor y la importancia que este plan de salvación tiene, y por que Dios muestra su amor a la humanidad dando a su propio hijo para salvar al mundo.

En Juan 3:16)

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.

Para poder responder a esta pregunta de si se pierde o no la salvación, es importante valorar la magnitud que esta salvación tiene, como y porque nos fue dada y de que seremos salvos.

Todos necesitan un Salvador porque todos han pecado. La Escritura dice: “No hay justo, ni aun uno” y “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:10, 23). Nuestros pecados nos separaron de Dios.

Jesucristo es el Salvador del mundo. De Él fue dicho: “Nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo” (Juan 4:42). El apóstol Pedro dijo de Él: “Porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). El apóstol Juan escribió: “El Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo” (1 Juan 4:14). Nosotros leemos: “Esperamos en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres” (1 Timoteo 4:10).

Jesucristo murió por nuestros pecados (1 Corintios 15:3). Juan escribió: “Y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 2:2). Cuando Jesús murió en la cruz y resucitó, compró nuestra salvación y nos reconcilió con Dios.

Llegamos a la salvación por medio de arrepentirnos de los pecados y el nuevo nacimiento por fe en Jesucristo. Jesús dijo: “Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:7).

El apóstol Pedro predicó: “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados” (Hechos 3:19).

“CRISTO JESÚS VINO AL MUNDO PARA SALVAR A LOS PECADORES” (1 Timoteo 1:15).

En este artículo tocaremos un tema que ha provocado mucho debate: ¿La Salvación se pierde o no?

Actualmente en las redes sociales, sitios de debates, en las iglesias, las calles, se escucha a cristianos debatiendo y a veces hasta discutiendo, sobre si la Salvación se pierde o no. Muchos de estos debates surgen porque unos siguen una u otra denominación, que defiende puntos de vista o creencias, que no siempre están acorde con lo que la biblia enseña, esto ya había pasado: en los tiempos de los apóstoles. Leamos.

1 Corintios 1:12-13 “Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo.

13 ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?”

No cometamos los mismos errores, no digamos soy de uno o soy del otro, digamos soy de Cristo, al que debemos seguir es a Jesús y lo que dice la Biblia, no a hombres, el que murió en la cruz fue Cristo.

Aclarando esto primero, vamos a analizar este tema a la luz de la Biblia.

¿Se pierde la salvación o no? Ni siquiera esa es la pregunta correcta.

¿A que nos referimos? Un cristiano no debería preguntarse si pierde o no su salvación, debería preguntarse: ¿Soy un verdadero cristiano o no?

Cuando llegamos a tener el privilegio de conocer a Jesus, y el espíritu santo llega anuestras vidas, cuando le reconocemos y oímos su voz, nuestro corazón se quebranta, nuestro orgullo desaparese y caemos rendidos an te el, con un corazón humillado y deseoso de salvación.

Esta experiencia es única y para siempre.

Filipenses 1:6; estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo;

Actualmente mucha gente se llama cristiana, pero en realidad no lo son, vamos a ver bíblicamente quién es un verdadero cristiano y qué promesas hay para él.

1- Un verdadero cristiano:

Primero veamos quien lavó nuestros pecados:

Apocalipsis 1:5 “y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre,”

El verdadero cristiano que ha nacido de nuevo no practica el pecado ni hace las cosas que hace el mundo:

1 Juan 5.18 “… todo aquel que ha nacido de Dios no practica el pecado, pues aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca”.

Un verdadero cristiano no anda conforme a la carne:

Romanos 8:1 “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.”

El verdadero cristiano nunca vuelve atrás de donde salió, siempre avanza y nunca retrocede:

Hebreos 10:39 “Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma.”

Jesús promete al verdadero cristiano vida eterna y que nadie lo podrá arrebatar de la mano del Padre:

Juan 10:27-29 “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, 28 y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. 29 Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. “

Un verdadero cristiano permite que el Espíritu Santo de Dios trabaje en él y lo obedece, además se le manda a hacer varias cosas:

Efesios 4:30 “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. 31 Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. 32 Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.”

Un verdadero cristiano se ocupa de su Salvación como lo ordena Pablo:

Filipenses 2:12 “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor,”

En el versículo anterior vemos como Pablo le indica a los cristianos que se ocupen de su salvación. Finalmente a los verdaderos cristianos nadie podrá separarlos del amor de Dios:

Romanos 8:38-39 “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, 39 ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro. “

Ahora veamos que dice la Biblia de los que se llaman cristianos, pero no lo son:

2- Un falso cristiano:

Lamentablemente, en un mundo corrompido es inevitable que el enemigo quiera meterse en la iglesia y tratar de dañar la obra que Dios a iniciado en nuestras vidas, esto es algo que Dios en su palabra, nos advierte a estar atentos en todo tiempo.

leamos:

2 Corintios 11.13–14

Tales individuos son falsos apóstoles, obreros estafadores, que se disfrazan de apóstoles de Cristo. 14 Y no es de extrañar, ya que Satanás mismo se disfraza de ángel de luz.

2 Corintios 4:4.

en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.

El enemigo siempre luchara para evitar que se haga la obra de dios, corrompiendo todo lo que toca.

Pero la iglesia salva, los escogidos por Dios para salvación, los que han creído en el evangelio y hoy siguen a Dios con amor, esperanza y seguridad, no temerán.

Santiago 4:7.

Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.

Pero habrán también los falsos que se harán llamar cristianos, seguidor de Cristo.

Leamos;

1 Juan 2:19 “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros.”

Muchos que se llamaban a sí mismos cristianos le dirán a Dios todo lo que hicieron en su nombre, pero el Señor les dará una respuesta muy dura:

Mateo 7:22 “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.”

Vemos como el que persevera es el que tiene a Dios, un falso cristiano no persevera y no tiene a Dios, aunque se auto-nombre cristiano:

Mateo 24:11-13 “11 Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; 12 y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. 13 Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo.”

2 Juan 1:9 “Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo.”

Un cristiano verdadero se guarda para no ser arrastrado y caer, un falso cristiano se deja llevar por el mundo y cae:

2 Pedro 3:17 “Así que vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza.”

Son muchos los llamados, pero pocos serán los elegidos, pocos son los verdaderos cristianos:

Mateo 20:16 “Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros; porque muchos son llamados, mas pocos escogidos.”

Tanto a un verdadero cristiano como a uno falso lo conocemos por sus frutos:

Mateo 7:20 “Así que, por sus frutos los conoceréis.”

Todo el que elige ser un seguidor de cristo, no puede creer que nunca será tentado, que no fallara o que no habrá pecado en su vida.

esto clara mente no es así, pues todos estamos en una naturaleza de pecado, nuestra lucha contra nuestra carne, nuestros deseos, nuestros pensamientos, son una batalla de todos los días. por esto esta promesa.

Mateo 24:13.

13 Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo.

La diferencia de un nacido de nuevo en el evangelio, es que tiene el respaldo de Dios, para levantarlo, restaurarlo y perdonar sus pecados, y cuando falle, él lo volverá a levantar.

1 Juan 2:1

Cristo, nuestro abogado

2 Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.

Amados hermanos, el es justo y benevolente, el siempre estará atento a mostrar su amor a los que le aman y siguen.

Pero un verdadero cristiano no se rinde nunca, aun en medio de la adversidad.

Pues si una persona rechaza este gran regalo de salvación que nos a dado el padre, no quedara más lugar donde llegar.

Hebreos 2:3 “¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron,”

2 Pedro 2:21-22 “Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado.

Conclusión

No perdamos el tiempo preguntándonos o discutiendo si la salvación se pierde o no, ya que la salvación es un regalo dado por Dios al mundo, y el que lo recibe lo tiene que cuidar, más bien preguntémonos a nosotros mismos:

¿Soy realmente un verdadero cristiano como la Escritura manda?

Según la Biblia ser un verdadero cristiano implica que no pequemos, la pregunta para tí es: ¿Desde el momento que te hiciste cristiano no has pecado?

¿No has dicho mentiras? ¿No cometes ni un sólo pecado?

¿Nunca has hecho algo malo contra tu prójimo?

¿Desde que eres cristiano nunca has violado un mandamiento?

Sabemos que la respuesta sincera será que: sí has pecado desde que te hiciste cristiano, ¿implica esto entonces que no eres un verdadero cristiano?

De ninguna manera, porque a un verdadero cristiano se le manda a perseverar, Pablo, como vimos antes, nos manda a ocuparnos por nuestra salvación con temor y temblor, un verdadero cristiano debe crecer día con día, y si peca arrepentirse de su pecado y perseverar, claro está que otra cosa es: conocer el camino de Dios, dejarlo todo y volvernos a la carne, volver al lugar de donde Dios nos sacó,

Recuerda mientras hay vida hay esperanza, y si tu estas pasando por esta situación, te alejaste de Dios y regresaste al mundo de pecado donde Dios te saco, hoy aun tienes la oportunidad de mirar al cielo y saber que una esperanza de vida eterna te espera, si lo reconoces en tu vida como tu salvador, y el sanara tus heridas y perdonara tus pecados, no rechaces el llamado de Dios, pronto podría ser demasiado tarde.

Luchemos día a día por mantener nuestra Salvación para al final poder decir:

2 Timoteo 7-8: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. 8 Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida. ”

Nadie dijo que ser un verdadero cristiano sería fácil, pero por eso se nos llama a perseverar y nunca retroceder. Gracias a la muerte de Jesús tenemos acceso a la Salvación, no por obras para que nadie se gloríe, si no por gracia, porque Él llevó nuestros pecados en la cruz, así que no descuidemos una Salvación tan grande a la cual se nos ha dado acceso:

Hebreos 2:3 “¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron,”

El fin de toda nuestra fe en Jesucristo, la cual será probada, es obtener la Salvación de nuestra alma, así que debemos perseverar en mantener nuestra fe hasta el final:

1 Pedro 1:5-9 “que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero.6 En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas,7 para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo,8 a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas.“

Así es, el fin de vuestra fe es la Salvación del alma. Veamos este otro pasaje donde Pablo escribe lo siguiente a la Iglesia de los Corintios:

1 Corintios 15:1-2 “Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; 2 por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano.”

Debemos retener la palabra para ser salvos, además se nos llama a contender por la fe contra las falsas doctrinas:

Judas 1:3 “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos.”

Debemos estar firmes porque la misma Escritura dice:

Mateo 24:24 “Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos.“

Finalmente, si conoces a alguien que esté en alguna secta que diga que son salvos y pueden hacer cualquier cosa (fornicar, emborracharse, adulterar, etc.) porque ya son salvos por gracia, por favor sácalo de ahí porque ahora surgen cada vez más sectas de este tipo donde tienen a las personas ¡engañadas!

A las personas que dicen que pueden hacer lo que quieran porque son salvos por gracia, recuerden lo que la misma Biblia dice:

Romanos 6:1-2 “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? 2 En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?“

No pierdas el tiempo discutiendo con tu hermano si la Salvación se pierde o no, la Salvación siempre está allí disponible para el que la quiera, Jesús murió por tí y por mí para que pudieramos salvarnos, tenemos acceso a esa salvación no por nuestras obras si no por gracia. Más bien usa tu tiempo para hablar del plan de salvación a personas que no lo conocen, enséñales como, según la Escritura, una persona puede ser salva e instalo a obedecer los mandamientos, a imitar a Jesús en todo, a aborrecer el pecado, ayúdalo a perseverar en su fe hasta el final.

Finalmente si piensas que la Salvación no se pierde, de igual forma debes obedecer los mandamientos, perseverar en la fe, aborrecer el pecado, estar en el Espíritu y no en la carne, etc. el hecho de creer que no se pierde no implica que puedas obviar todo lo que la Escritura dice que un verdadero cristiano debe ser y hacer. Por otro lado si crees que la puedes perder, de igual forma debes obedecer los mandamientos, perseverar en la fe, aborrecer el pecado, estar en el Espíritu y no en la carne, etc., Así que dejemos de discutir sobre este tema y usemos nuestros esfuerzos para contarles a otros que Jesús murió en la cruz por ellos para que por gracia puedan ¡Ser Salvos! Cumplamos con esto:

Marcos 16:15 “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.”

Luchemos por llevar el mensaje de Salvación a toda criatura.

Esperamos que este artículo sea de edificación

Gracias por leer el artículo completo, hemos intentado exponer la Palabra de Dios sin desviarnos ni a izquierda ni derecha, para ser edificación tanto para cristianos como incrédulos, sin embargo, mientras estemos en este cuerpo y con esta mente humana no comprenderemos en su totalidad los misterios de Dios:

Isaías 55:9 “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos.”

Romanos 11:33 “!!Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! !!Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!”

Si no estás de acuerdo con alguna postura expuesta en alguno de los artículos, te instamos a orar, pidiendo que el Espíritu Santo sea quien te guíe a la verdad sobre cualquier tema en particular y tú mismo estudies las Escrituras pidiendo a Dios que te guíe a la verdad.

amen.

gracias por seguirnos, no olvides compartir este estudio.

les esperrtamos en nuestro porximo estuios biblo la proxima semana.

el arte de servir, un canal confiable.

Dios les bendiga.

Wikipedia, la enciclopedia libre

Para otros usos de este término, véase Salvación (desambiguación)

No debe confundirse con Redención

La salvación es un término que generalmente se refiere a la liberación de un estado o condición indeseable.[1]​ En la religión, la salvación es la protección del alma del pecado y de sus consecuencias.

Entendido como salvamento y socorrismo, el término hace referencia a la salvación terrenal, salvación corporal o salvación del cuerpo; la ayuda física que permite la supervivencia y que es prestada a quien necesita ser salvado en situaciones de emergencia o riesgo. Se proporciona, bien por personas espontáneas, o bien por servicios profesionales (protección civil, servicios de búsqueda y rescate, bomberos, medicina de urgencias u otros servicios médicos o paramédicos).[2]​ En muchas ocasiones está vinculado al voluntariado, y cuando las circunstancias del salvamento son tan arriesgadas que implican poner en riesgo a quien lo intenta, se suele calificar de heroísmo.

El concepto de salvación eterna, salvación celestial o salvación espiritual hace referencia a la salvación del alma, por la cual el alma se libraría de una amenaza eterna (castigo eterno o condenación eterna) que la esperaría tras la muerte. En teología el estudio de la salvación se llama soteriología y es un concepto vitalmente importante en varias religiones. El cristianismo acepta la salvación como la liberación de la esclavitud del pecado y de la condenación, resultando en la vida eterna con Dios dentro de su Reino. El sacrificio de Cristo hace que se le denomine Salvador.

A veces la salvación del alma y la salvación del cuerpo se consideran inseparablemente, del mismo modo a como el alma pasa a ser sinónimo de persona. Así ocurre con la señal de socorro en código Morse denominada SOS (que, con mayor o menor fundamento, suele comúnmente considerarse la sigla en inglés de save our souls -salvad nuestras almas-).

Visión cristiana de la salvación [ editar ]

Véase también: Economía de la salvación

La salvación es uno de los conceptos espirituales más importantes en el cristianismo, junto con la divinidad de Jesucristo y la definición del Reino de Dios.

Tradicionalmente, entre los cristianos, una meta principal es obtener la salvación. Otros sostienen que la meta principal del cristianismo es cumplir la voluntad de Dios, aceptando su reinado, o que los dos conceptos son equivalentes.

La idea de salvación se basa en que existe un estado de no-salvación, del cual el individuo (o la humanidad) necesita ser redimido. Para la mayoría de los cristianos católicos y protestantes, este es el juicio de Dios sobre la humanidad debido a su culpa en el pecado original (debido al Lapso o “caída” de Adán) y a otros pecados actualmente cometidos por cada individuo o conjunto de individuos, ya que se reconoce pecado en todos.

Las iglesias ortodoxas rechazan el concepto agustiniano de pecado original, expresión que no existe ni en la Escritura[3]​ ni en la patrística griega, y ven la salvación como una escala de mejoramiento espiritual y purificación de la naturaleza tanto humana como general, que fue dañada en la caída.

Una mayoría cristiana que está de acuerdo con que la humanidad fue creada libre de pecado, situación que en alguna forma resultó dañada, con la consecuente necesidad de que un Salvador restaure una correcta relación con Dios. Ese Salvador fue (y es) Jesús de Nazaret.

En la teología cristiana, hay tres conceptos de la posibilidad de salvación para los que no han oído el evangelio de Jesucristo. Uno es el exclusivismo. Esto dice que desde que hay solo un mediador entre el hombre y Dios, Jesucristo, si una persona no ha oído de Él, la maldición eterna es la única posibilidad para ella (aunque la mayoría de sus adeptos hace excepciones con los niños y los discapacitados mentales). Otro es el pluralismo, que declara que toda religión es un camino hacia Dios, pero es diferente del universalismo en que no dice que todo feligrés de otras religiones será salvo. La tercera es el inclusivismo. Esta doctrina declara que Jesucristo puede hablar a todo corazón humano por medio del Espíritu Santo, y si una persona responde positivamente, será salva.[cita requerida]

Para la Iglesia católica, la salvación no es solo una liberación negativa del pecado (pecado original y pecado actual) y sus efectos: Dios salva no solo de algo si no que por algo. La acción de Dios es una liberación positiva que eleva los seres humanos a un estado sobrenatural, a la vida eterna, en un plano espiritual superior a la vida terrenal, para unirse en un solo cuerpo místico con Cristo, una de las tres Personas de la Trinidad, y acceder a la dignidad de hijos de Dios, para verle “tal como es” (1 Juan 3:2), en comunión de vida y amor con la Trinidad y todos los santos (Catecismo de la Iglesia Católica, 1023-1025, 1243, 1265-1270, 2010).

Estas bendiciones nunca son otorgadas por mérito personal. De hecho, estrictamente, el hombre no merece nada de Dios: la criatura lo recibe todo, incluso potencias y habilidades, del Creador. La posibilidad de merecer algo a ojos de Dios deriva totalmente de un don gratuito de Dios.

La salvación o justificación no pueden ser merecidas, pero una vez que Dios ha justificado, mediante la gracia santificante del Espíritu Santo, entonces se pueden obtener dones útiles para esa santificación, para el incremento de gracia y amor y para alcanzar la vida eterna a la cual Dios tiene destinadas a sus criaturas. Se pueden incluso merecer bienes materiales, como la salud, la amistad o la dicha personal. (Catecismo de la Iglesia Católica, 2006-2011).

Los cristianos reciben incluso en esta vida, por fe y de forma anticipada, bendiciones de la salvación que serán confirmadas total y definitivamente en la vida después de la muerte. Esto debido a que la Iglesia Católica ve la salvación, incluso la del individuo, como algo útil y beneficioso en todo tiempo: pasado, presente y futuro, conceptos que, por supuesto, se aplican solo al hombre: para Dios, pasado, presente y futuro son todos uno.

«Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor para con la humanidad, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo, nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, llegáramos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna». (Tito 3:4-7, RV95).

El proceso de salvación continua dentro de la obra de Dios en aquellos que reciben el Evangelio. San Pablo usa el tiempo presente en esta frase: «La palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios» (I Corintios 1:18).

Solo al completar la vida terrenal llegará la salvación a su estado final. No hay fórmula mágica ni experiencias emocionales que definitivamente impidan, a criaturas a las que Dios ha dado libre albedrío, de rechazar, alguna vez, la oferta de salvación. Incluso el apóstol San Pablo consideró esta eventualidad para sí mismo, considerando que, después de haber predicado a otros, pudiera ser rechazado él mismo (I Corintios 9:27)

En el cristianismo occidental la doctrina de la salvación, involucra asuntos como la expiación, reconciliación, gracia, justificación, soberanía de Dios y el libre albedrío del ser humano. Pero mayoritariamente se concluye que la salvación es por gracia y no por obras, lo que hace al protestantismo diferente de todas las otras interpretaciones acerca de la salvación. Varios conceptos distintos pueden ser encontrados en el catolicismo y el protestantismo. Dentro del protestantismo, esto se ve en la diferencia teológica entre el calvinismo y el arminianismo. Entre los que no son calvinistas ni arminianos sostienen una base bíblica basada en la fe en el sacrificio de Jesucristo y su resurrección. Lo que significa que la salvación es por gracia y no se pierde.

Entre los cristianos evangélicos, la salvación significa que todos han pecado y que se encuentran justamente bajo la condenación de Dios. La expiación o reconciliación con Dios es posible para cualquiera, pero solo a través de Jesucristo, quien vivió una vida perfecta y murió como un sacrificio perfecto en lugar de la muerte que merece toda la humanidad, mediante la confesión del pecado y la fe en Cristo como Señor y Salvador. La consecuencia de la salvación es que los pecados del pecador son perdonados y este es nacido de nuevo como una nueva persona, un cristiano, un creyente, un hijo de Dios, y está sellado por el Espíritu Santo. También creen que no todos los individuos obtienen salvación, porque no todos confiarán en Jesucristo.

Iglesias como las Iglesias de Cristo no solo reconocen que el escuchar el evangelio (muerte, sepultura y resurrección de cristo) según 1 Corintios 15:3-4 y responder con fe como parte del proceso de salvación según Marcos 16:15-16, sino que también el arrepentimiento según Hechos 2:38, el bautismo según 1 Pedro 3:21 y la obediencia continua son necesarios para poder ser salvo, basándose en un fundamentalismo cristiano utilizando la escritura como principio.

Un tercer punto de vista, el concepto de salvación universal, ha existido durante toda la historia del cristianismo y goza de creciente popularidad en Estados Unidos y otros países protestantes modernos, con el desarrollo del racionalismo y modernismo desde fines del siglo XVII.

Este punto de vista afirma que todos, independientemente de credo o religión, se salvarán e “irán al cielo”, siendo este el tema central del universalismo. En términos más coloquiales se dice a menudo que Dios “es demasiado amoroso como para condenar a nadie”. Algunos cristianos tradicionales consideran este punto de vista una herejía porque implica que las religiones no-cristianas son igualmente válidas al cristianismo y que hay otros caminos a la salvación en reemplazo de la gracia de Cristo. Pero otras formas de universalismo cristiano aseguran que el cristianismo es la única religión completamente verdadera, y que la salvación universal solo es accesible a través de Cristo: Cristo y su resurrección redimen a todos. Este es un concepto clave en el protestantismo liberal.

Para la Iglesia mormona la salvación se logra por obras cumpliendo los mandamientos de Dios. Según su interpretación eisegética de 1 Corintios 15:41, la diferencia de la gloria del sol, la luna y las estrellas, con las que comparó el apóstol Pablo el cuerpo en la resurrección celestial, implicaría diversos grados en la recompensa salvífica según el tipo de obras realizadas con amor .

Así, según su doctrina, si los fieles en la tierra han elegido vivir con Dios, esforzándose por cumplir sus mandamientos y arrepintiéndose de sus pecados, dando de su tiempo y recursos a Dios, enseñando el evangelio a su familia, entonces resucitarán con una gloria como la del Sol (es decir, luminosa). Si, en cambio, el ser humano vive a medias con Dios, solo acordándose de él cuando se tienen problemas, pero sin dar de lleno de su tiempo y recursos, no enseña el evangelio y cumple a medias con los mandamos de Dios, entonces resucitará, pero con un cuerpo con gloria como la de la Luna (también luminosa, pero más débil). Finalmente, si elige vivir sin Dios resucitará como con la tenue gloria de las estrellas.

“Aunque no lo recordamos —explicó Rex E. Lee, expresidente de la Universidad Brigham Young—, antes de esta vida ya existíamos en forma de espíritu.” Esto es descrito como “el plan de Dios”, la doctrina de que antes de nacer el ser humano vivía como espíritu con Dios, y que Él le envía a este mundo a tener un cuerpo físico, para ser probado, y de acuerdo a esa prueba se obtendrá distintos grados de gloria según merecimientos a partir de las elecciones que tome en esta vida terrenal.

Según la doctrina mormona, Dios, en este momento, no está inactivo esperando enviar a su hijo Jesucristo otra vez a la tierra para establecer el reinado milenario y juzgar a los hombres. Dios está creando más mundos y poniendo personas en esos mundos para que pasen por una vida de pruebas y así sean merecedores de una gloria de acuerdo a sus decisiones en esta vida terrenal. Estos mundos creados por Dios serían los lugares propicios para ser probados ya que las experiencias positivas y negativas de la vida humana da a los espíritus humanos el conocimiento y madurez necesarios para volver a la presencia de Dios.

Según esta creencia, mediante la obediencia estricta el hombre puede convertirse en un ser divino, un creador como Dios. Joseph Smith afirmó: “Dios una vez fue como nosotros ahora; es un hombre glorificado, y está sentado sobre su trono allá en los cielos […]; y vosotros mismos tenéis que aprender a ser Dioses, […] como lo han hecho todos los Dioses antes de vosotros”. El profeta mormón Lorenzo Snow dijo: “Tal como es el hombre ahora, fue Dios en un tiempo; tal como Dios es ahora, puede llegar a ser el hombre”.

“Esta doctrina —dice Joseph Fielding Smith, sobrino nieto de Joseph Smith—, solo aparece de forma nebulosa en la Biblia […] porque muchas cosas claras y preciosas han sido eliminadas de la Biblia.” Y añade: “Esta creencia se basa en una revelación dada a la Iglesia el 6 de mayo de 1833”.

Ejército de Salvación [ editar ]

Artículo principal: Ejército de Salvación

En el Islam [ editar ]

Es el rescate espiritual del pecado y sus consecuencias.

En el Judaísmo [ editar ]

Se entiende que la salvación es la liberación política y social del pueblo de Israel mediante la restauración anunciada por los profetas y que se consumaría en la Era mesiánica. No tienen separación conceptual entre la salvación física y la espiritual, sino que se ve la obra de Dios como plenamente libertaria en todos los ámbitos posibles. Israel conserva esa libertad en la medida que es fiel al pacto de la Torah. Dios imputa la condición de justos a sus amigos y siervos en virtud de su fidelidad (palabra que en hebreo no hace distinción entre la fe y las obras). Toda salvación es en última instancia mérito de Dios, pero exige gratitud y lealtad a cambio.

También el judaísmo cree en la liberación última de la humanidad mediante la instauración de la era mesiánica, que implica la resurrección de los muertos, el fin de la injusticia social y las guerras, del crimen y la enfermedad, en suma, el paraíso en la Tierra. Los gentiles que actúan con bondad humana son tenidos por gentiles justos, especialmente si actúan en auxilio de Israel en tiempos de persecución. En el judaísmo no se creen en un día de juicio en que Dios juzgue al ser humano sobre la base de una doctrina o creencia, sino que será a partir de sus actos de bondad y amor abnegado que Dios considere aptos a sus ojos incluso a personas de otras culturas y religiones que no conocen al Dios de Israel. También los gentiles que buscan conocer al Dios de los judíos le pueden adorar sobre la base de las siete leyes noájidas (de “Noaj”, Noé), y entonces son considerados gentiles temerosos de Dios (Noájidas) sin requerir para ello la conversión al judaísmo o la observancia de la Torah, que son vistas por los judíos como parte de un convenio privado entre Dios e Israel.

En el judaísmo no se cree en un pecado universal heredado desde el pecado de Adán, el concepto del pecado original no existe en la perspectiva judía, sino que se acepta que la humanidad es inocente por naturaleza y solo las desviaciones culturales le alejan de Dios.

Conceptos de la salvación son marcadamente diferentes en las múltiples tradiciones paganas y neo-paganas, incluso en aquellas fuertemente influidas por las religiones abrahámicas.

La perspectiva del Budismo [ editar ]

Véase también [ editar ]

Referencias [ editar ]

Ser salvos de la muerte física – Pecado

Si nos preguntamos si determinada persona es salva, la respuesta dependerá del sentido en que se utilice la palabra. La respuesta podría ser “Sí” o también “Sí, pero con ciertas condiciones”. Las siguientes explicaciones detallan seis significados diferentes de la palabra salvación.

Salvación de la muerte física. Todos moriremos algún día. No obstante, por medio de la expiación y la resurrección de Jesucristo, todos resucitaremos y seremos salvos de la muerte física. Pablo testificó: “Porque así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:22). En este sentido, todos somos salvos, independientemente de las decisiones que tomemos durante esta vida. Se trata de un don gratuito del Salvador para todos los seres humanos.

Salvación del pecado. Para ser limpio del pecado mediante la expiación del Salvador, la persona debe ejercer la fe en Jesucristo, arrepentirse, bautizarse y recibir el don del Espíritu Santo (véase Hechos 2:37–38). Las personas que se han bautizado y han recibido el Espíritu Santo mediante la adecuada autoridad del sacerdocio son salvos del pecado bajo ciertas condiciones. En este sentido, la salvación es condicional y depende de la fidelidad continua de la persona, o de su perseverancia hasta el fin en guardar los mandamientos de Dios (véase 2 Pedro 2:20–22).

Las personas no pueden salvarse en sus pecados; no pueden recibir una salvación incondicional por el mero hecho de declarar creer en Cristo, sabiendo que inevitablemente cometerán pecados durante el resto de su vida (véase Alma 11:36–37). Sin embargo, mediante la gracia de Dios, todos pueden ser salvos de sus pecados (véase 2 Nefi 25:23; Helamán 5:10–11) al arrepentirse y seguir a Jesucristo.

Nacer de nuevo. El principio de nacer de nuevo aparece con frecuencia en las Escrituras. El Nuevo Testamento contiene la enseñanza de Jesús de que todos debemos “nacer de nuevo” y que aquél que no “naciere de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5). En el Libro de Mormón se confirma esta enseñanza: “No te maravilles de que todo el género humano, sí, hombres y mujeres, toda nación, tribu, lengua y pueblo, deban nacer otra vez; sí, nacer de Dios, ser cambiados de su estado carnal y caído, a un estado de rectitud, siendo redimidos por Dios, convirtiéndose en sus hijos e hijas; y así llegan a ser nuevas criaturas; y a menos que hagan esto, de ningún modo pueden heredar el reino de Dios” (Mosíah 27:25–26).

Salvación de la ignorancia. Muchas personas viven en un estado de oscuridad, sin conocer la luz del Evangelio restaurado. “No llegan a la verdad sólo porque no saben dónde hallarla” (D. y C. 123:12). Los que conocen a Dios el Padre, a Jesucristo, el propósito de la vida, el plan de salvación y su potencial eterno son salvos de esta condición. Siguen al Salvador, que declaró: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).

Salvación de la segunda muerte. Las Escrituras a veces hablan de la salvación de la segunda muerte. La segunda muerte es la muerte espiritual final, el quedar separados de la rectitud y no hallar lugar en ningún reino de gloria (véase Alma 12:32; D. y C. 88:24). Esta segunda muerte no se producirá sino cuando llegue el juicio final, y muy pocos la sufrirán (véase D. y C. 76:31–37). Prácticamente todas las personas que han vivido en la tierra tienen asegurada la salvación de la segunda muerte (véase D. y C. 76:40–45).

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La Iglesia y la universalidad de la salvación en el cristianismo

Teología y Vida, Vol. XLIV (2003), 423 – 443

Rodrigo Polanco, Pbro.

Profesor de la Facultad de Teología

Pontificia Universidad Católica de Chile

La Iglesia y la universalidad de la salvación

en el cristianismo

El objeto del presente trabajo es una reflexión acerca de la universalidad de la salvación en el cristianismo. Se trata de describir cómo se comprende que Cristo sea el único mediador y que su salvación sea universal, y la relación que adquiere la humanidad toda con el Resucitado. Este tema, sin embargo, desde un punto de vista católico, no puede ser separado de otra verdad fundamental: la necesidad de la Iglesia para la salvación (cf. LG 14 y 48). Y este último argumento significa reflexionar sobre la Iglesia como sacramento, esto es, sobre “la cuestión de la mediación institucional de la salvación. En otras palabras, la cuestión de saber si y en qué medida la Iglesia no solamente es comunidad, lugar y espacio de salvación, sino también, en nombre de Jesucristo, sea causa instrumental, mediación de salvación” (1). El tema, entonces, ha de ser abordado en cuatro grandes aspectos: Qué significa salvación; quién trae la salvación; cómo esta puede ser universal; y qué papel juega la Iglesia en esta salvación universal, en cuanto sacramento universal de salvación.

1. EL CONCEPTO DE SALVACIÓN

Comencemos explicando qué significa salvación. Podemos decir que “la salvación es la cuestión humana primordial” (2). Esta noción habla del ser y del sentido último de lo humano, intenta describir conceptos como integridad, trascendencia, plenitud, futuro mejor, afirmación de la propia existencia, dignidad, presente sano, etc. (3).

Ahora bien, la idea de salvación supone que en el hombre existe la necesidad, aunque sea en forma implícita, de una tal salvación. Y así ocurre efectivamente. Es evidente que la experiencia humana universal se encuentra con la necesidad de superar ciertas cosas negativas que padece, además busca realizar ciertas aspiraciones profundas de felicidad y plenitud que experimenta, y se siente también inclinada “a saciar el anhelo de lo absolutamente sano y santo, que no es la prolongación de lo que nosotros somos, sino de algo totalmente Otro, en el encuentro con el cual somos transformados” (4): ese es Dios. Lograr esas tres cosas es lo que entendemos por salvación.

Sin embargo, la realización de esto supone la “transformación de nuestra realidad actual, el tránsito a otra forma de vida” (5). Y “el hombre sabe que todo eso no lo puede alcanzar por sí mismo, que no se puede consumar por su esfuerzo” (6). De ahí que la salvación, por ahora, sea realidad alcanzada solo en forma fragmentaria y objeto de esperanza futura. Así entendida, la salvación solo puede venir de Dios que reconoce como valiosa y capaz de transformación la vida del hombre; que libera al hombre de su culpa moral; y que acoge sanando y santificando al hombre ofreciéndole un futuro de plenitud y de amor.

Esta salvación ha sido explicitada a lo largo de la historia con diversos conceptos, según el aspecto que más se haya querido destacar: divinización, justificación, sacrificio, expiación, redención, satisfacción, sustitución, reconciliación, liberación, etc. En nuestro contexto actual, la salvación puede ser bien comprendida con el concepto bíblico de comunión (7). En efecto, ya en el relato de la creación encontramos a Dios que dice: “no es bueno que el hombre esté solo” (Gén 2,18) y por eso le hace una ayuda adecuada, de los huesos de sus huesos y de la carne de su carne (Gén 2,23), es decir, de su igual condición y dignidad. Y da a nuestros primeros padres el mandato de ser fecundos y multiplicarse (Gén 1,28). Así, Dios, al haber formado al género humano a su imagen y semejanza (Gén 1,26) y con su Espíritu de vida (Gén 2,7), lo ha creado como una familia (8) llamada a participar de la vida divina (LG 2). Y tras la caída en el pecado, no lo ha abandonado a su miseria, impotencia y ruptura de la comunión. Por el contrario, en Cristo Redentor ha devuelto a la humanidad a la comunión con Dios y entre sí. Pero esto Dios lo llevó a cabo santificando y salvando a los hombres “no individualmente y aislados, sin conexión entre sí” (LG 9), sino que constituyéndolos como “un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa” (LG 9) y haciendo de la humanidad una familia de Dios (Ef 2,19; LG 6). Por eso, bien podemos definir la salvación como la unión íntima de los hombres con Dios y la unidad de todo el género humano entre sí (LG 1), con lo que ello significa de liberación de todo mal y plenitud de todo anhelo y posibilidad del hombre.

2. EL ÚNICO MEDIADOR: CRISTO, EL HIJO DE DIOS HECHO CARNE

Ahora bien, si la salvación solo puede venir de Dios, el cristianismo ve realizado esto en la persona de Jesús de Nazaret, Logos de Dios hecho carne, muerto y resucitado por nosotros. En efecto, esta es la afirmación básica de nuestra fe: Cristo es el único Salvador, el mediador entre Dios y los hombres, él mismo Dios y hombre. Leemos en 1 Tim 2,5-6: “Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos”. Entonces frente a la radical necesidad de salvación-comunión que posee todo hombre, la cual solo puede venir de Dios, encontramos que esta se realiza precisamente en Cristo como Dios mismo en medio de nosotros.

Es esa y no otra la pretensión inaudita de Jesús acerca de que “en su persona y en su obra, Dios ha hecho su entrada escatológica en la historia” (9), pretensión que fundamenta “el carácter de exigencia de su anuncio: la urgencia de la decisión a favor o en contra de él” (10) (cf. Lc 14,26; Jn 14,6). “La fe cristiana, a su vez, ya desde sus orígenes, se mostró inseparable de una pretensión análoga de carácter absoluto, vinculada precisamente a la convicción de que su objeto, el Señor crucificado y resucitado, es de forma definitiva y absoluta la norma y la medida de la historia” (11). Jesús es entonces -en palabras de Rahner- el Salvador absoluto. Es decir, es “aquella personalidad histórica que, apareciendo en el espacio y el tiempo, significa el principio de la autocomunicación absoluta de Dios que llega a su fin, aquel principio que señala la autocomunicación para todos como algo que acontece irrevocablemente y como inaugurada de manera victoriosa” (12). Sin embargo, “no puede ser simplemente Dios como el actor mismo que obra en el mundo; debe ser un trozo del cosmos, un momento de su historia y, además, en su punto cumbre” (13). Significa tanto la autocomunicación misma, como su aceptación. Por eso el dogma cristológico afirma que “Jesús es verdaderamente hombre, verdaderamente un trozo de tierra un momento en la historia natural humana, pues `nació de una mujer’ (Gál 4,4)” (14). Es el absolutum que ha devenido concretissimum.

Sin embargo, este carácter absoluto del cristianismo no llega a ser una práctica totalitaria ni se transforma en una ideología, precisamente por la índole propia de esta automanifestación de Dios: está marcada por la encarnación y por la cruz. En efecto, la revelación es siempre y a la vez “manifestación de la presencia y ocultamiento de la ausencia” (15). Esto significa que “solo se acoge de veras la palabra cuando se la escucha superándola, o sea, cuando se la obedece escuchando lo que está más allá, por detrás y más hondo que ella. Escuchar la palabra de Cristo significa entonces escuchar lo que está más allá de esa palabra, el silencio del origen de donde proviene: Cristo palabra del Padre remite a la profundidad de lo escondido En una palabra, la revelación se presenta como un `concretissimum’, en donde llega a manifestarse la inefable profundidad de Dios, sin resolverse en ello” (16). Todo esto quiere decir que la singularidad de Cristo y de su anuncio es que apela siempre a la libertad. “Delante de él está siempre abierta la posibilidad del rechazo, exigiéndose por tanto a todos un absoluto respeto. Cristo no puede ser impuesto a nadie; solo puede ser propuesto. Él es la invitación radical a la audacia de la libertad, porque la ley fundamental de la `re-velatio’ es ese escondimiento que apela a la obediencia de la fe Todo esto significa que ante la singularidad de Cristo lo que sigue estando en manos del hombre es la decisión ante la buena nueva, cuando ha llegado hasta él de manera creíble a través de la memoria evangélica de la tradición cristiana viva” (17). Es una toma de posición consciente y libre, frente a un dato externo, que llega a través de una comunidad, que da testimonio de un acontecimiento que le ha cambiado su vida.

3. EN CRISTO HA LLEGADO LA SALVACIÓN ESCATOLÓGICA, ES DECIR, DEFINITIVA Y UNIVERSAL

Ahora bien, esta presencia de Cristo como mediador entre Dios y los hombres y como salvador absoluto, o sea, como Dios mismo presente en forma irrevocable y cimera, hace que su salvación sea escatológica, es decir, definitiva y universal. Esto significa, en primer lugar, que en Cristo Dios se ha comunicado a todos los hombres de manera definitiva. En su persona, en su anuncio, en sus acciones significativas, y sobre todo, en su muerte y resurrección, se encuentra ya anticipada la esperada comunión con Dios (18). Es decir, lo definitivo está realmente presente en la figura intrahistórica de Jesús, aunque no todavía en su esplendor consumado. Dios mismo ha salido al encuentro del hombre en la figura histórica de Cristo. En Él nos llama a la conversión. En él realiza su diálogo salvífico con nosotros. “En Cristo, en su persona y en su historia puede, por tanto, contemplarse la plenitud del don salvífico otorgado por el Padre” (19). Y esa salvación se hace presente en nosotros a través del Espíritu del resucitado. El Espíritu Santo es tanto “el contenido de todos los dones salvíficos, como la garantía de la última comunión con Dios” (20). Es el principio dinámico de una vida nueva, deiforme y prenda de esa filiación divina que nos regala Cristo. Es el don “que vive en nosotros, que nos cautiva y nos prepara para la última manifestación cara a cara con el Padre. La meta de la salvación de Dios y, por lo mismo, el efecto más universal de la redención lo constituye esta comunión con Dios, patente ya ahora en Cristo y en el Espíritu, pero a la que falta aún la plenitud escatológica” (21).

Pero significa igualmente que en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, y en el Espíritu, don altísimo de Dios, la humanidad entera ha sido transformada. Pablo habla del “hombre nuevo” frente al “hombre viejo”. Habla de reconciliación frente a la enemistad, de gracia frente a la maldición, de libertad frente a la esclavitud, de salvación frente a la condenación. Esta nueva realidad es la continuación en el hombre, en todos los hombres, del destino de Cristo (22). “Los cristianos representan, por principio, la esperanza de la humanidad y el cambio operado por Dios mismo” (23). Así se puede afirmar que la salvación realizada por Cristo tiene un carácter protológico, recapitulador, único y universal. Protológico, porque “Cristo está al comienzo de las cosas y es su principio de realidad” (24). “Todo fue creado por Él y para Él” (Col 1,16). “Solo nos entenderemos plenamente desde Él y solo nos plenificaremos con Él” (25). Recapitulador, porque Cristo recapitula todas las cosas en sí mismo y es el centro y la plenitud de la historia (Gál 4,4; Ef 1,10). En Él la humanidad entera es renovada, divinizada y llevada a su plenitud. Igualmente afirmamos que en ningún otro hay salvación, “porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hech 4,12). Dios se ha hecho presente personalmente en su Hijo y ya no debemos ni podemos esperar otra manifestación de Dios. Dios ya está aquí en medio de nosotros. Por la modalidad y pureza de la revelación en Cristo se da una garantía oficial de verdad y de gracia insuperables que la hacen ser la revelación por excelencia. “Con ello, el suceso de Cristo pasa a ser la única cesura realmente aprensible para nosotros en la historia general de la salvación y revelación” (26). Y esta mediación es absolutamente universal. Se extiende a todos los hombres de todos los tiempos. Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4). Y todo esto a través de la figura histórica de Cristo encarnado, muerto y resucitado, como mediación visible y sensible de Dios. “En la carne alcanza Dios su credibilidad final para el hombre. Cristo es así el lugar de Dios para el hombre” (27).

Esta universalidad de la salvación es lo que se quiere expresar cuando se habla del reino de Dios inaugurado por Cristo. Entendemos por reino o reinado de Dios “ese acontecimiento realizado definitivamente en Cristo y prometido aún por él en virtud del cual la voluntad de justicia y paz de Dios -partiendo de Israel o del renovado pueblo de Dios, la Iglesia- crea en nuestra historia un espacio en sentido salvador y liberador” (28). El reino de Dios se encuentra entonces en la persona de Jesús. Y desde su persona se fundamenta toda “actualización del reino de Dios en la vida y el quehacer de todos aquellos que le siguen con la fuerza del Espíritu” (29). Estos son todos los hombres y mujeres “que enfocan su situación personal, sus opciones morales y su mundo social desde la voluntad de justicia y paz de Dios” (30), es decir, todos los hombres y mujeres “de buena voluntad, en cuyo corazón actúa la gracia de modo invisible y a los que el Espíritu Santo ofrece la posibilidad de que, de un modo conocido solo por Dios, se asocien a este misterio pascual” (GS 22), que es la realización del reino de Dios. Entonces esta actualización intrahistórica del reino de Dios se puede producir tanto en una modalidad cristiana explícita, como también en una modalidad implícita. Todos han sido salvados por Cristo, a pesar que muchos todavía no lo sepan. Es la salvación objetiva de la humanidad a la cual todos pueden acceder por caminos conocidos solo por Dios.

Ahora bien, esta voluntad salvífica universal de Dios implica, por voluntad del mismo Dios, que los hombres reciban también “plena y conscientemente su obra salvadora” (AG 7). Efectivamente, el hombre en su condición de ser libre y consciente está llamado a acoger esa salvación también libre y conscientemente, como modo de obrar propio de su condición humana racional y libre. No podemos hablar de un acto verdaderamente humano que no sea, por eso mismo, consciente y libre. De allí que si bien la salvación universal traída por Cristo es acogida por cada hombre de forma consciente a partir de cada acto de bondad y verdad que realice a modo humano, con todo, por ser una acción movida por la gracia invisible de Cristo y la acción secreta del Espíritu Santo, igualmente cada acto está pidiendo una explicitación de esa relación con Dios que se establece con aquel mismo acto de bondad y verdad, para alcanzar así una acogida más plena y absolutamente definitiva del reino de Dios. Eso lo exige la naturaleza relacional propia de toda acción humana en orden a la salvación. La gracia es siempre relación con Dios, y no será plena mientras no sea totalmente explícita. Pero además, el hombre, al acoger explícitamente a Cristo y su obra salvadora, plenifica su propio ser y vida, ya que su vocación más íntima es realmente una sola, la divina (GS 22), es decir, la de “formar un único Pueblo de Dios, de unirse en un único cuerpo de Cristo y de coedificarse en un único templo del Espíritu Santo, lo cual, al reflejar la concordia fraterna, responde ciertamente al íntimo deseo de todos los hombres” (AG 7). En efecto, el designio de Dios es que todos los hombres puedan participar de su amor, manifestado a través de Cristo y realizado en el Espíritu Santo. Y esto para ser absolutamente pleno, necesita de ser también explicitado, no por una suerte de gnosticismo cristiano, sino porque el conocimiento y la libertad, acrecentarán siempre más el amor, por desarrollar más al propio hombre. A partir de aquí se entiende la necesidad y el deber de la misión en la Iglesia, ya que la “actividad misionera tiene una conexión íntima con la misma naturaleza humana y sus aspiraciones. Pues al manifestar a Cristo, la Iglesia revela a los hombres la auténtica verdad de su condición y de su vocación íntegra, siendo Cristo el principio y ejemplo de esa humanidad renovada, llena de amor fraterno, de sinceridad y de espíritu de paz, a la que todos aspiran” (AG 8) (31).

4. LA UNIVERSALIDAD DE LA SALVACIÓN DE CRISTO Y SU RELACIÓN CON LA IGLESIA.

Sin embargo, nuestra reflexión sobre la universalidad de la salvación traída por Cristo no termina aquí. En efecto, si la Palabra del Padre se ha revelado de manera definitiva y universal cuando ha devenido un concretissimum situado histórica y temporalmente, entonces lo histórico, temporal y concreto -lo finito-, ha llegado a ser lugar y medio de salvación. Ahora bien, este elemento concreto que es esencial a la revelación cristiana implica de por sí el recurso a la Iglesia. Efectivamente, la universalidad y definitividad de la salvación traída por la figura histórica y espacialmente delimitada de Jesucristo, encarnado, muerto y resucitado, como mediador visible y sensible entre Dios y los hombres, implica que esta misma salvación y este mismo mediador deben continuar presentes y actuantes en la historia humana presente y futura, también de un modo visible y sensible -espacial y temporalmente delimitado- hasta el fin de los tiempos. Así pues, a partir de la encarnación de Cristo, la salvación ha quedado marcada por este principio encarnatorio, de tal manera que siempre la salvación de Dios llega a través de mediaciones categoriales que explicitan la entrega trascendental de todo hombre a Dios. En ese contexto es entonces en donde se entiende auténticamente la realidad y la necesidad de la Iglesia y de su misión en todo el mundo: ella está constituida como presencia permanente de Cristo, para mediar en la entrega de todos los hombres a Dios a través de Cristo. Justamente, “la Iglesia es el acontecimiento de la actualización de Jesucristo y de su salvación definitiva para los hombres” (32). Esto “significa que la salvación ofrecida por Dios en Jesucristo y en el Espíritu Santo se nos da como tal en el signo finito y pecador de la Iglesia” (33). Todo lo que Dios realizó en Jesucristo para nosotros, se hace presente y actual hoy por la fuerza del Espíritu Santo en los actos centrales de la vida de la Iglesia (34). Cristo no se ha retirado del mundo después de su ascensión a los cielos, sino que sigue presente, a través de su Espíritu, en la Iglesia. Todo esto gracias a que la realidad creada, y de forma particular, los hombres, son capaces de mediar la gracia de Dios. Dios se ha comprometido con la creación y la ha hecho signo e instrumento de su salvación. Es en la misma creación en donde nos encontramos con el único Absoluto. No hemos de renunciar a la creación, sino que hemos de servirnos de ella.

Sin embargo, estos actos centrales de la vida de la Iglesia que hacen presente a Cristo están también siempre marcados -en un sentido ahora negativo- por la finitud humana, de modo que la salvación no se identifica sin más con esos actos. Pero ellos son ciertamente aptos para actualizar la plenitud del amor salvador de Dios en Jesucristo, aunque de modo imperfecto, por su figura finita, humana y pecadora. La Iglesia hace presente la salvación de Jesucristo totum, sed non totaliter.

Todo esto es lo que el Vat II ha querido afirmar cuando ha declarado que Cristo constituyó a su Iglesia como sacramento universal de salvación (LG 48). En efecto, en el núcleo de la relación del hombre con Dios está el elemento histórico y social, de modo que esa relación tiene un elemento perceptible, histórico y concreto en el cual y a través del cual se realiza la definitiva autocomunicación de Dios al hombre en Cristo, y la respuesta del hombre a Dios. Por lo tanto, hay que decir que la Iglesia pertenece a la historia de la salvación, no solo como una organización religiosa útil cualesquiera, “sino como la concreción y mediación categoriales de la salvación gratuita” (35) realizada definitivamente en Cristo y el Espíritu Santo. Y eso es lo que entendemos por Iglesia en el sentido más profundo: la comunidad que “parte de Cristo y llega a mí con la exigencia y pretensión de ser la representación de Cristo en la historia perdurante de la salvación, que está acuñada por Cristo” (36).

5. LA IGLESIA COMO SACRAMENTO DE SALVACIÓN. DESCRIPCIÓN

DE LA SACRAMENTALIDAD DE LA IGLESIA

En primer lugar, describamos brevemente esta sacramentalidad de la Iglesia. El tema, además de ser central en la eclesiología del Vat II, refiere a un elemento que distingue de manera especial a la eclesiología católica. Dos frases son claves en la Constitución Lumen gentium: “La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (1); y “(Cristo) al resucitar de entre los muertos, envió su Espíritu de vida a sus discípulos y por medio de él (Espíritu) constituyó a su Cuerpo, la Iglesia, como sacramento universal de salvación” (48) (37). En estos textos se ve que el Concilio ha utilizado el concepto de sacramento para expresar, tanto la relación específica de la Iglesia con Dios, como su condición de servidora de la humanidad (38). En efecto, a partir de esa condición de sacramento, de una parte, la Iglesia pertenece a Cristo ya que Él, por medio del Espíritu, la constituyó su Cuerpo; y de otra, a través de ella -como por su signo e instrumento- Dios actúa en favor de los hombres (39). Es decir, la Iglesia como sacramento, por su relación con Cristo y con los hombres, se coloca en la mediación entre Dios y los hombres. Entonces, “este concepto (de sacramento) debe expresar precisamente la unidad inseparable y la diversidad infranqueable entre la Iglesia y la autocomunicación de Dios en Jesucristo y en el Espíritu Santo” (40).

Ahora bien, la definición conciliar quiere salir al paso de dos tentaciones. En primer lugar, como ya hemos dicho, nos previene de pensar en la salvación como separada de la Iglesia, como si ella fuera un simple indicador de una salvación que pudiera encontrarse en otro lugar. La Iglesia es la presencia actuante de Jesucristo a través del Espíritu (41). Pero también nos previene de pensar la Iglesia de una manera triunfalista y centrada en sí misma. En efecto, la Iglesia no es fin en sí misma “ni orienta simplemente hacia sí la búsqueda humana” (42), sino que está ordenada al reino de Dios. Es principio y germen del reino, está toda orientada hacia el reino. Está llamada a ser signo trasparente de gracia y de comunión en la historia, para lo cual debe renovarse constantemente (43).

Entonces, la Iglesia como sacramento es “germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación” (LG 9). Es decir, será siempre un pequeño rebaño pero portador de esperanza cierta. Habrá siempre una desproporción entre su realidad actual y la promesa futura, entre el comienzo y la consumación, entre las capacidades humanas de sus miembros y la misión de ser signo e instrumento de la salvación manifestada en Jesucristo. Pero esa desproporción no nos puede hacer olvidar que esa Iglesia es la misma y auténtica Iglesia de Cristo manifestada en Pentecostés que está camino a su plenitud (44).

También la Iglesia es sacramento del reino. Ella no es el reino, pero es germen y principio de ese reino (LG 5). “El reino de Dios ha sido acogido por ella, desde ella se anuncia, en ella entre luces y sombras se manifiesta y por medio de ella opera en la historia” (45). Iglesia y reino no se identifican pero tienen lazos indisolubles (46): La Iglesia está llamada a vivirlo, anunciarlo e instaurarlo con poder. En efecto, no hay que olvidar que la palabra sacramento en el contexto eclesiológico del Vat. II implica, además de la realidad de signo e instrumento, que “la Iglesia es también la realidad significada y causada, es decir, el reino ya presente y actuando en medio nuestro” (47).

Además la Iglesia es sacramento de Cristo muerto y resucitado (48). Esto quiere decir que ella no es simplemente la continuadora de la causa de Jesús (49). Es mucho más que eso. Precisamente, porque la Iglesia es el Cuerpo de Cristo resucitado, porque ha sido colmada de la plenitud del Espíritu Santo (50), porque Cristo está vivo y sentado a la derecha del Padre intercediendo por nosotros, es que ella es sacramento de salvación, es decir, presencia actuante y eficaz de ese mismo Cristo que en su pascua nos ha purificado del pecado y dado nueva vida en el Espíritu (51). “La sacramentalidad de la Iglesia tiene que ver con la elección de Dios, con la misión del siervo de Yahvé y con la intercesión sacerdotal a favor del mundo” (52).

Igualmente se debe decir que la Iglesia es sacramento del Espíritu. Ella, además de ser templo del Espíritu, es obra del Espíritu. “El Espíritu Santo asiste a la Iglesia, la fortalece y la anima a realizar la obra que Cristo le ha encomendado de reunir `a toda la humanidad con todos sus bienes, bajo Cristo como Cabeza, en la unidad de su Espíritu’ (LG 13)” (53). Además, aunque la Iglesia no acapara el Espíritu que sopla donde quiere, sin embargo, ha sido dotada por su fundador como instrumento de donación del Espíritu (54). Esto quiere decir que ella ha sido elegida por Dios como casa espiritual que dona el Espíritu a sus miembros a través de su condición sacramental (55). En efecto, la Iglesia, a través de la Palabra y los sacramentos, comunica el Espíritu a los hombres para hacerlos partícipes de la santidad de Dios en la comunión con su Hijo (56). Del mismo modo, significa que el Espíritu se vale de la textura institucional de la Iglesia para llevar a la misma Iglesia a la verdad total, para hacerla comunión y para capacitarla para el servicio salvífico. Estas estructuras institucionales pueden ser la palabra predicada, los sacramentos o la conducción del ministerio jerárquico, que como formas históricas típicas han formalizado la enseñanza, la vida cultual y el servicio de la comunión en la Iglesia. Pero en esas autorrealizaciones y manifestaciones objetivas de la fe de la Iglesia se expresa el carácter teológico de la Iglesia: “ella es la comunidad de fe creada por Jesucristo y su Espíritu Santo y anterior a sus miembros, que acoge a estos en el bautismo y los hace participar en su vida. Justamente porque la Iglesia no nace de la voluntad asociativa de los individuos ni se funda en ella, sino que nace del llamamiento de Jesucristo y de su Espíritu Santo, hay determinados elementos institucionales y formales teológicamente legítimos de la fe común” (57). Así pues, el Espíritu, a través de esas formas institucionales y de la libertad de los carismas, guía a la Iglesia a encontrar su identidad como comunidad de Cristo resucitado al identificar su mensaje con el kerygma apostólico original formalizado -por ejemplo- en una profesión de fe común; además, integra a sus miembros y comunidades en la unidad originaria y católica (= total) de la única Iglesia universal al unificar la pluralidad de comunidades en la communio sanctorum et ecclesiarum, a partir -entre otras formas- de una estructura jerárquica y jurídica, o de la identificación en la común celebración eucarística; y, finalmente, libra a la Iglesia de tener que procurarse cada vez su propia identidad, ya que esta no nace de la subjetividad de cada grupo o época, sino que viene dada `de lo alto’ (cf. Lc 24,49) y se transmite también a partir de estas estructuras formales de vida que permiten repetir hoy la experiencia original de Pentecostés. Se expresa así socialmente la unidad diacrónica y sincrónica del único Cuerpo de Cristo realizada por el Espíritu (58).

Finalmente, la sacramentalidad de la Iglesia implica también su condición escatológica. De una parte, ella está siempre en camino y con el sello de la provisoriedad. Pero, de otra parte, como vive ya de los bienes definitivos, hay en ella una condición de definitividad incoada (59). Así pues, todo lo eclesial está abierto a la consumación y está llamado a la plenitud, lo que implicará la purificación, transformación y plenificación de lo que ya ha comenzado en esta tierra. “La Iglesia, a la que todos estamos llamados en Cristo y en la que conseguimos la santidad por la gracia de Dios, solo llegará a su perfección en la gloria del cielo” (LG 48). Lo anterior supone la condición de semper reformanda (60) que ha de acompañar a la Iglesia para ser cada vez más transparencia del misterio que la sustenta. Pero supone además una diferencia actual entre el mundo y la Iglesia, ya que el hombre, aunque no deja de pertenecer a este mundo, sin embargo, ha sido ya introducido en la ciudad nueva. “El pueblo de Dios vive así la tensión entre la primera y la segunda llegada del Señor, rico por el don ya recibido y tenso hacia el cumplimiento de todo lo que no se ha realizado aún de la nueva creación” (61). De ese modo la dimensión escatológica impregna toda la realidad eclesial. Ahora bien, debido a esta dimensión escatológica que impregna toda su realidad, la Iglesia es el espacio de la acción del Espíritu, don de lo alto para la salvación del mundo. En efecto, la condición sacramental es don de Dios que mira a la misión en el mundo. Y en ese sentido la condición sacramental implica tanto una cercanía de la Iglesia al mundo como don para los hombres, como también, y a la vez, una presencia del Trascendente en el mundo. La Iglesia sirve al mundo, desde dentro del mundo, y comunicándole lo trascendente al mundo.

6. SL SIGNIFICADO DE LA SACRAMENTALIDAD DE LA IGLESIA

Profundicemos ahora en el significado y las razones de esta sacramentalidad de la Iglesia. En primer lugar, hemos de decir y reconocer que el cristianismo tiene esencialmente una constitución eclesial. Efectivamente, el carácter eclesial es un elemento constitutivo de la relación del hombre con Dios. La comunidad eclesial “pertenece a la existencia del hombre como tal” (62). Esto quiere decir que, si por una parte, no podemos excluir de la esencia del hombre lo comunitario, lo social, la intercomunicación. Y si, por otra parte, lo religioso, la comunicación con Dios, pertenece a la esencia del hombre en su totalidad, como fundamento y fin del mismo hombre. Entonces, “en virtud de la esencia del hombre y de Dios, y en virtud de la esencia de la relación de ese hombre con ese Dios rectamente entendido, lo social no puede excluirse de la esencia de lo religioso” (63). Eso implica que en el núcleo de la relación del hombre con Dios está el elemento histórico y social, de modo que esa relación tiene un elemento perceptible, histórico y concreto en el cual y a través del cual se realiza la autocomunicación de Dios al hombre y la respuesta de este a Aquel. Por lo tanto -como ya hemos visto-, la Iglesia es “la concreción y mediación categoriales de la salvación gratuita” (64).

Lo anterior nos pone frente a la realidad de la encarnación del Verbo (65). En efecto, en la autocomunicación de Dios al hombre -que se ha realizado en Cristo como su momento cumbre, irrepetible, definitivo y absoluto- la realidad del amor de Dios se ha expresado en lo otro que él, en la realidad de la historia humana. El amor asume lo otro como expresión propia, como símbolo que se autointerpreta y se realiza verdaderamente en nuestro mundo (66). Por eso, Jesús es el sacramento originario de Dios trino (67), porque “el Logos de Dios mismo pone esta corporalidad como un trozo del mundo, creándola y aceptándola a una como su realidad, la pone, por tanto, como lo otro de sí mismo, de manera que esta materialidad lo expresa a él, al Logos mismo, y lo hace estar presente en su mundo” (68). Ireneo lo ha expresado con su famosa fórmula: “el Hijo es lo visible del Padre” (69). De ese modo, Cristo, el Logos encarnado, es el sacramento de unidad por antonomasia (70). En él los creyentes se hacen una sola cosa con el Padre y se unen entre sí mediante el Espíritu Santo que los inserta en la misión de Cristo y los hace partícipes de su unión con el Padre (71).

Ahora bien, por la donación de Dios en Jesucristo y por la acción del Espíritu Santo, el Hijo encarnado se une de una manera irrevocable a la Iglesia: ella es su Cuerpo. Por el bautismo hemos sido incorporados a Cristo y en él todos participamos de su condición de Hijo: somos hijos en el Hijo (72). En efecto, “con el envío del Espíritu, donde se produce esta autocomunicación de Dios materializada en la fe de los hombres, la Iglesia como comunión de estos fieles pasa a ser de modo análogo, derivado de Cristo pero muy deteriorado por la debilidad y la culpa humanas, el `sacramento fundamental’ de todas las actuaciones simbólicas y sacramentales de esta acción salvadora de Dios en el mundo” (73). Por nuestra participación en Cristo, a través del Espíritu, nos hacemos Iglesia-comunión; y como Iglesia-Cuerpo de Cristo nos hacemos sacramento fundamental, realidad sacramental, signo e instrumento de esa unión de los hombres con Dios y de los hombres entre sí en Cristo (74). De modo que Cristo es el sacramento originario y la Iglesia -en Cristo- es el sacramento fundamental de la salvación (75).

Esta estructura sacramental de la Iglesia ha sido descrita en un párrafo especialmente importante de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, del Vaticano II, al relacionar íntimamente los aspectos visibles e invisibles de la Iglesia, haciendo de ella un todo “complejo” (76). Efectivamente, afirma LG 8: “Cristo, el único Mediador, estableció en este mundo su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y amor, como un organismo visible. La mantiene así sin cesar para comunicar por medio de ella a todos la verdad y la gracia. Pero la sociedad dotada de órganos jerárquicos y el Cuerpo místico de Cristo, el grupo visible y la comunidad espiritual, la Iglesia de la tierra y la Iglesia llena de los bienes del cielo, no son dos realidades distintas. Forman más bien una realidad compleja en la que están unidos el elemento divino y el humano. Por eso, a causa de esta analogía nada despreciable, es semejante al misterio del Verbo encarnado”. Esto significa que la Iglesia, como misterio de salvación, se manifiesta en la tierra en forma concreta y tangible (77). “Pero de tal manera que la visibilidad está inseparable e interiormente unida a la invisibilidad, haciendo de ella una única realidad compuesta por dos elementos inherentes el uno al otro” (78). Esta visibilidad de la Iglesia es explicada aquí en su contenido teológico a partir de los dos aspectos que venimos estudiando. Por una parte, la Iglesia se muestra semejante y dependiente del misterio de la encarnación, y por otra, la Iglesia es presentada con características sacramentales. Y esto quiere decir que, en analogía con el Verbo encarnado, la constitución jerárquica, visible y tangible de la Iglesia está al servicio de la realidad invisible de gracia y de fe que en ella se media. O sea, el Espíritu de Cristo se sirve de la Iglesia, de una comunidad de hombres y mujeres pecadores, de un organismo social, como de instrumento universal de salvación mediador de la gracia. La gracia viene mediada por la Iglesia (79). Esto implica, además, que los dos elementos -divino y humano- están en una relación tal, que constituye a lo visible como órgano de salvación, en donde no se puede comprender el elemento visible sin relación al invisible, ni el invisible sin relación al visible (80). No existe uno sin relación al otro (81). Entonces, “la Iglesia, de una parte proviene totalmente de Cristo y permanece referida a Él, y sin embargo de otra parte, en cuanto signo e instrumento existe totalmente para el servicio del hombre y del mundo” (82).

Por otra parte, la experiencia humana aboga en favor de esta concepción sacramental de la Iglesia como algo profundamente enraizado en la misma condición humana. Efectivamente, sabemos que la personalidad humana se expresa siempre en signos y gestos corpóreos. Nuestra unidad psicosomática hace que toda forma de comunicación necesite de una expresión lingüística y corporal concreta a través de la cual el sujeto pueda darse verdaderamente a sí mismo. Así pues, el gesto no remite solo al acto comunicativo, sino que al mismo sujeto que se entrega a través de ese acto (83). Es exactamente lo que sucede en el caso del amor: el gesto amoroso no remite al amor como algo separado del que lo entrega, sino que expresa, actualiza y realiza, mediante el gesto corporal, la entrega amorosa al otro en el ámbito de nuestra experiencia (84). Y en el caso de la Iglesia, significa igualmente que Dios-amor se entrega -Él mismo- al hombre, a través del signo finito y pecador que es la Iglesia, respondiendo así a la condición corporal de la humanidad creada para la comunicación con Dios (85). En la Iglesia uno se encuentra verdaderamente -aunque mediado categorialmente- con Dios mismo.

Finalmente, el concepto de sacramento ha significado siempre para la teología católica una mediación de la gracia, pero una mediación que es a través del signo, de tal manera que “los sacramentos son causas de la gracia precisamente en cuanto signos” (86). Es decir, comunican la gracia en su calidad de signos (87). Esto significa que la realidad a la cual el signo remite, está igualmente presente en el mismo signo, de tal modo que esta misma realidad significada puede a su vez comunicarse, ella misma, a través del signo (88). Esto se aplica de una manera privilegiada al mismo Cristo (89). Efectivamente, Jesucristo -por la unión hypostática- es Dios mismo que se hace presente de modo radical a la humanidad a través de la humanidad de Jesús y de su vida testimonial del amor del Padre. En Jesús Dios ha encontrado el lugar histórico-mundano para su autocomunicación salvífica, de tal manera que el hombre Jesús es, en este sentido radical arriba expresado, el signo sacramental de la presencia de Dios en el mundo. Signo que hace presente y realiza a través de sí mismo la salvación anunciada. Y la Iglesia, como comunidad de los seguidores de Cristo que han sido elegidos por Dios y asumidos en su misterio pascual, y precisamente por eso, y como presencia perdurante y escatológica de Cristo, hace presente a Cristo y a Dios mismo en su condición de Salvador que obra aquello que expresa, mientras lo expresa a través del signo de su humanidad y de la Iglesia. La Iglesia, a través de su propia realidad simbólica, y en cuanto símbolo, hace eficazmente presente al mundo la salvación de Dios y a Dios mismo. Lo mismo se podrá decir ahora para cada uno de los sacramentos como acciones en las cuales, y a través de las cuales, se hace presente el mismo Cristo en su acción salvadora a favor de la humanidad (90).

7. ACERCA DE LA NECESIDAD DE LA IGLESIA

Por último, la sacramentalidad de la Iglesia implica también su necesidad (91). Pero ¿cómo entender esa necesidad de la Iglesia de una manera adecuada? (92). Según lo ya dicho, en primer lugar, en el sentido que la Iglesia es objetivación de la presencia de Cristo en el mundo, que muestra siempre la vocación más profunda del hombre, en cuanto muestra el misterio pascual de Cristo como el absoluto salir de sí mismo para ir al encuentro del otro (cf. GS 22; AG 8). Y en ese sentido podemos afirmar que orienta la conciencia de todo hombre y mujer. Efectivamente, en rigor, no basta simplemente con seguir la propia conciencia, sino que esta debe orientarse en la dirección correcta que es el encuentro con el prójimo, que a la vez es presencia de Dios. Ahí se comprende la necesidad de la Iglesia como presencia viva de Cristo en medio de los pueblos, que orienta al hombre sobre su más profunda vocación de vivir del amor y de la fe que buscan salir de sí mismo para ir al encuentro de Dios en el prójimo (93). Ella es y debe ser cada vez más signo luminoso de la presencia de Cristo en el mundo. Pero es necesaria para la salvación también en cuanto es siempre un instrumento eficaz que está haciendo presente la salvación a todo el mundo, principalmente a través de la eucaristía, que es “re-presentación” del sacrificio reconciliador de Cristo. Justamente, por medio de la liturgia que ella celebra “se ejerce la obra de nuestra redención” (SC 2) ya que Cristo asocia siempre consigo a la obra de la salvación a la Iglesia, su esposa amadísima, obrando ella misma la función sacerdotal de Jesucristo por la que, mediante signos sensibles, se significa y se realiza, según el modo propio de cada uno, la santificación de todos los hombres (SC 7). Esta necesidad de la Iglesia supone e implica, en realidad, que ella tiene su esencia en ser referencia a Cristo, y por eso está llamada a purificar siempre su rostro para que en ella brille cada vez mejor la luz del mismo Cristo. Implica, además, que la Iglesia está llamada a convocar a todos los pueblos a Cristo, para que todos puedan gozar más plenamente de su presencia y de su gracia y se vean liberados de sus pecados e iluminados por la vida y obra de Cristo (94). El bien es por esencia difusivo de sí mismo, y la Iglesia, colmada de estos bienes de la salvación, anhela con amor poder derramarlos a toda la humanidad.

Ahora bien, esto no significa que el resto de la humanidad que no conoce a Cristo quede marginada de la salvación, sino por el contrario, significa precisamente la profunda vinculación de todos los hombres, de diversas maneras, a la única Iglesia o familia de Dios. En efecto, las fronteras de la Iglesia son sin límites. El núcleo de la humanidad es Cristo que expande su luz a todos los pueblos a través de su sacramento que es la Iglesia. De ese modo, la Iglesia se expande en diversos círculos concéntricos con Cristo en la entraña. Así, al centro se encuentran los plenamente incorporados a la Iglesia por la gracia y por los tres elementos visibles de la unidad católica: la profesión de fe, los sacramentos y las estructuras jerárquicas. Luego se encuentran los que reconocen a Cristo y han recibido el bautismo. A todos ellos se les llama Iglesias o comunidades eclesiales y pertenecen al pueblo de Dios. A continuación, en otro círculo se encuentran todos los hombres que siguen el camino de amor y de apertura al prójimo en la humildad de saberse necesitados de otros, entre los cuales destacan los miembros de las grandes religiones monoteístas. Todos ellos están ordenados al pueblo de Dios ya que pertenecen a la humanidad que ha sido salvada por Cristo y que está llamada a vivir de él (95). Justamente, hemos afirmado ya que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido solo por Dios, se asocien al misterio pascual de Cristo (GS 22). Y asociarse al misterio pascual es vincularse a la Iglesia y recibir, a través de ella, la gracia de la salvación. En efecto, sabemos que toda la humanidad, por la encarnación y la cruz de Cristo, ha quedado vinculada a su Señor a través de caminos conocidos solo por Dios (96). Pero toda vinculación con Cristo es además vinculación con su cuerpo y por lo tanto con la Iglesia. Toda gracia tiene vínculos antropológicos y comunitarios que nacen del ser comunitario de la humanidad y del aspecto comunitario de la salvación. Todo hombre y mujer que se salva, lo hace injertándose en Cristo, y por lo tanto, vinculándose de alguna manera con su pueblo. Ciertamente, no existe salvación aislada, sino solamente en la integración al Pueblo de Dios. El objeto de la salvación es el Pueblo y cada hombre se salva en cuanto, mediante la fe y el amor, se hace miembro de esa comunidad de salvados. En ese sentido toda salvación es salvación por medio y en la Iglesia, en cuanto toda salvación es de Cristo y él ha vinculado -aunque de modo subordinado- su ser y su obrar a su Iglesia. Toda gracia refiere siempre a la Iglesia y vincula siempre de alguna manera con ella. Dicho en otras palabras, “el reino de Dios tiene siempre como soporte un sujeto social” (97). Este sujeto, en el sentido más amplio del término, es el entramado relacional de todas esas expresiones de justicia y paz que Dios va creando en la historia. Y eso es lo que entendemos por Iglesia en el sentido más lato: el sacramento de salvación presente y activo en todas partes, la Iglesia que une a todos los justos desde Adán hasta el fin del mundo. “A esta unidad católica del Pueblo de Dios, que prefigura y promueve la paz universal están invitados todos los hombres” (LG 13). Pero también ese sujeto social es la Iglesia institucional y católica, a la cual “le compete dentro de esta unidad la función de ser su figura socialmente más concreta y sacramental en sentido pleno” (98). Así pues, como el Espíritu Santo está ligado irrevocable e inequívocamente a sus signos sacramentales, la Iglesia católica transmite en y a través de ellos “de modo infalible la presencia del reino de Dios, que ninguna culpa humana puede destruir y ninguna provisionalidad histórica puede abolir” (99).

Sin embargo, la confesión de esta necesidad de la Iglesia no ha de considerarse como una pretensión desmedida y avasalladora de parte de nuestra fe católica. En efecto, esta no es una expresión de orden misionero, ni mucho menos una afirmación con la que haya que comenzar el diálogo ecuménico (100). Más bien, es una reflexión al interior de la Iglesia que solo quiere expresar de un modo inteligible: 1°) La grandeza y unicidad de Cristo como “Dios mismo hecho carne”; 2°) La gracia inmerecida de haber recibido en y a través de la Iglesia el don magnífico de la fe; y 3°) La convicción de que todos los hombres -ya ahora- somos hermanos e hijos de un mismo Dios y que en la eternidad no seremos más que una gran comunión o asamblea de hijos en torno al único Absoluto de nuestras vidas: Dios nuestro Padre. En el fondo, es una doxología de acción de gracias al único Dios que ha creado a todos los hombres como una gran familia de Dios (101).

8. A MODO DE CONCLUSIÓN

Al concluir estas líneas cerremos lo dicho con una afirmación eclesiológica básica. Uno de los elementos más característicos de una eclesiología católica -habiendo sin duda muchos otros y muy importantes- es la condición sacramental de la Iglesia, como sacramento fundamental y en dependencia del sacramento originario que es Cristo, el único mediador entre Dios y los hombres. Ello hace de la Iglesia instrumento eficaz de la salvación escatológica traída por Cristo y presencia del reino anunciado e instaurado con su pascua. Esto significa que, por una parte, la Iglesia no es fin en sí misma sino que servicio del reino anunciado por Jesús, pero por otra, que ella es necesaria para la salvación de la humanidad, en cuanto es signo e instrumento de la comunión de los hombres con Dios y de los hombres entre sí, y en cuanto es germen e inicio del reino de Dios en la tierra. Ahora bien, esta comprensión de la Iglesia como sacramento implica una visión positiva de la creación en cuanto capaz de Dios y capaz de comunicar a Dios. En otras palabras, esto implica aceptar que la realidad creada, y los hombres en particular, pueden ser, en cuanto signo y también como instrumento, mediación de la gracia. Pero implica también que la “concreción” de la revelación y la Iglesia tienen para nosotros un significado positivo de vital importancia. En efecto, la finitud de la Iglesia -que nace de la finitud del encarnado- muestra a un Dios que se compromete verdaderamente con nuestra finitud, la asume como suya, la salva y la hace definitivamente lugar de salvación. Así, no debemos pensar que Dios nos pide que debamos renunciar a la finitud humana para salvarnos, algo así como renunciar a la creación. Nunca podemos renunciar a nuestra condición humana finita para salvarnos. Por el contrario, es en ella misma que encontramos la salvación traída por el Universale concretissimum: el Verbo hecho carne. Dios asume lo finito y lo hace instrumento de salvación en Cristo y -subordinadamente a él- en la Iglesia. Tras todo eso se encuentra también una determinada antropología teológica que ve al hombre, aunque pecador, como radicalmente capaz -por la gracia de Dios- de hacer presente a Dios en el mundo. Por eso, si entre las diversas confesiones cristianas se encuentran diferencias en las respectivas eclesiologías, tal vez estas radiquen más profundamente en diferencias a la hora de mirar las respectivas antropologías y teologías de la creación, y el modo en que se concibe la gracia y su mediación salvífica.

RESUMEN

El presente artículo es una reflexión acerca de la universalidad de la salvación en el cristianismo. Comienza definiendo la salvación como comunión de los hombres con Dios y de los hombres entre sí. A continuación, se refiere a Cristo como el único mediador entre Dios y los hombres, porque es Dios mismo hecho hombre, plenitud insuperable de la revelación. Esta salvación, por sus características de definitividad y absolutez, llega a ser escatológica y universal. Por otra parte, si bien la humanidad entera ha quedado transformada (=divinizada) por la venida de Cristo, al mismo tiempo, está toda entera llamada a acoger consciente y libremente esta salvación universal. Es el reino de Dios que ya ha irrumpido en la tierra. Luego, el artículo trata del papel de la Iglesia en esta salvación universal: a partir de la encarnación, que ha hecho a lo concreto camino de salvación, la Iglesia ha quedado constituida como sacramento, es decir, como signo e instrumento universal de salvación. Ella es la presencia de Cristo en la historia perdurante de la salvación. Ella, aunque es un pequeño rebaño, al mismo tiempo es germen segurísimo de salvación, ya que ella es, a la vez, sacramento del reino de Dios, sacramento de Cristo muerto y resucitado, sacramento del Espíritu, y realidad escatológica. Posteriormente, el autor reflexiona acerca del hecho de la sacramentalidad de la Iglesia: lo eclesial pertenece a la esencia de la relación del hombre con Dios, y lo simbólico-sacramental pertenece a la esencia de la comunicación humana. Por eso, el Verbo, en la encarnación, ha asumido la realidad humana y se ha hecho el sacramento del Padre; y la Iglesia ha devenido el sacramento de Cristo. Dios mismo se da, como tal, en el signo finito y pecador que es la Iglesia. El artículo termina con el tema de la necesidad de la Iglesia. Como sacramento de Cristo, la Iglesia es necesaria para la salvación en cuanto objetivación de la voluntad de Dios, para seguimiento de los hombres; y como instrumento de la gracia, que intercede por todos. A ella se vinculan todos los hombres de diversos modos. El autor concluye afirmando que la realidad de la Iglesia muestra que Dios asume lo finito y lo hace lugar e instrumento de salvación para los hombres.

ABSTRACT

The present article is a reflection about the universality of the salvation in the Christianity. It begins defining the salvation as men’s communion with God and among men, with the meaning of plenitude for mankind. Then, it refers to Christ as the only mediator between God and mankind, because it is God himself incarnated as a man, insuperable plenitude of the revelation. This salvation, because of its characteristics of definite and absolute, becomes eschatological and universal. On the other hand, if the whole mankind has been transformed (=sanctified) for the coming of Christ, it is called at the same time to receive conscious and freely this universal salvation. It is the God’s kingdom that has broken into earth. Then, the article studies the role of the Church in this universal salvation: as of incarnation, that has done the concrete way of salvation, the Church has established as sacrament, that means, the universal sign and instrument of salvation. It is the presence of Christ in the everlasting history of salvation. The Church, although is a little flock, at the same time it is the safe germ of salvation, because it is, at the same time, sacrament of God’s kingdom, sacrament of Christ dead and resurrected, sacrament of Holy Spirit and eschatological reality. Afterwards, the author reflects on the fact of the sacramental characteristic of the Church: the “ecclesial” (ie. the formal and established organization) belongs to the essence of the relation of man with God, and the symbolic-sacramental belongs to the essence of human communication. That is the reason, the Word, in the incarnation, has assumed the human reality and has become the Father’s sacraments, and the Church has come about the sacrament of Christ. God himself gives Himself as Such, in the finite sign and sinner that the Church is. The article finishes with the topic of necessity of the Church. As sacrament of Christ, the Church is necessary to the salvation as soon as objectivization of the will of God, for the following of men, and as instrument of the grace, that mediates for everybody. All men are linked to the Church in different ways. The author concludes affirming that the reality of the Church shows that God assumes the finite and makes it place and instrument of mankind’s salvation.

(1) W. Kasper, Unité ecclésiale et communion ecclésiale dans une perspective catholique: Revue des sciences religieuses 75 (2001) 6-22, aquí pág. 8. [ Links ] Continúa este autor: “La respuesta a esta cuestión nos lleva a la estructura fundamental de la Iglesia en tanto que signo e instrumento de salvación. Según un buen número de autores, en esta cuestión reside una, si no la diferencia fundamental (con la reforma)”. ibíd.

(2) O. González de Cardedal, Cristología (Madrid 2001), 496. [ Links ]

(3) Cf. O. González de Cardedal, Cristología , 496.

(4) O. González de Cardedal, Cristología , 497.

(5) O. González de Cardedal, Cristología , 497.

(6) O. González de Cardedal, Cristología , 497.

(7) En el NT la palabra comunión significa, por una parte, participación en el Dios Trino. En el Padre (1 Jn 1,3), en el Hijo (1 Jn 1,3; 1 Cor 1,9) o en el Espíritu Santo (2 Cor 13,13). Esa co-participación en Dios nace de la participación en el cuerpo eucarístico de Cristo (1 Cor 10,16-17). Significa también la solidaridad de la Iglesia consigo misma, expresada en la colecta hecha en beneficio de las comunidades que pasan necesidad (2 Cor 9,13; Rom 15,26). Siendo miembros de un mismo cuerpo todos son solidarios con las necesidades de los otros miembros del mismo cuerpo. Y significa también la misma asamblea eclesial (1 Jn 1,3.6-7; Gál 2,9-10; Hech 2,42). La comunión es algo característico de la Iglesia entendida como Cuerpo de Cristo y germen del Reino. Cf. J. Hamer, La Iglesia es una comunión (Barcelona 1965), 153-158. [ Links ] Cf. También B. J. Hilberath, Zwischen Vision und Wirklichkeit. Fragen nach dem Weg der Kirche (Würzburg 1999), 52-64. [ Links ]

(8) En cuanto tiene un origen común. De allí todo el drama de la muerte de Abel por manos de su hermano Caín (Gén 4,1-16). El mensaje es claro: “Todo hombre es mi hermano, hueso de mis huesos y carne de mi carne”.

(9) B. Forte, La Iglesia de la Trinidad. Ensayo sobre el misterio de la Iglesia comunión y misión (Salamanca 1996), 109. [ Links ]

(10) B. Forte, La Iglesia , 108.

(11) B. Forte, La Iglesia , 109.

(12) K. Rahner, Curso fundamental sobre la fe. Introducción al concepto de cristianismo (Barcelona 1989), 233. [ Links ] Continúa el autor: “No decimos que la comunicación de Dios mismo al mundo en su objetividad espiritual debe comenzar temporalmente con ella. Puede comenzar ya antes del salvador, e incluso ser coexistente con toda la historia espiritual de la humanidad y del mundo Aquí se llama salvador: a) aquella subjetividad histórica en la que el suceso de la comunicación absoluta de Dios mismo al mundo espiritual está ahí como irrevocable en conjunto; b) aquel suceso en el que esta autocomunicación divina puede conocerse inequívocamente como irrevocable; y c) aquel suceso en el que la comunicación de Dios mismo llega a su punto cimero, en tanto este debe pensarse como un momento en la historia entera de la humanidad y en cuanto no ha de identificarse simplemente con la totalidad del mundo espiritual que se halla bajo la autocomunicación divina” (Ibíd.).

(13) K. Rahner, Curso fundamental , 235.

(14) K. Rahner, Curso fundamental , 235.

(15) B. Forte, La Iglesia , 112.

(16) B. Forte, La Iglesia , 112-113.

(17) B. Forte, La Iglesia , 113-114.

(18) Cf. M. Kehl, Escatología (Salamanca 1992), 220.

(19) A. Grillmeier, El efecto de la acción salvífica de Dios en Cristo, en Mysterium Salutis, III, 848. [ Links ]

(20) A. Grillmeier, El efecto , 848.

(21) A. Grillmeier, El efecto , 848.

(22) Cf. A. Grillmeier, El efecto , 849.

(23) A. Grillmeier, El efecto , 849.

(24) O. González de Cardedal, Cristología , 549.

(25) O. González de Cardedal, Cristología , 549.

(26) K. Rahner, Curso fundamental , 213.

(27) O. González de Cardedal, Cristología , 550.

(28) M. Kehl, Escatología , 219.

(29) M. Kehl, Escatología , 220.

(30) M. Kehl, Escatología , 220.

(31) Cf. AG 7-8.

(32) M. Kehl, La Iglesia. Eclesiología católica (Salamanca 1996), 73. [ Links ]

(33) M. Kehl, La Iglesia , 74.

(34) “El Concilio, que ha eludido un estudio de la Trinidad en sí misma, pero que la ha presentado en clave funcional, ha constituido a la Iglesia en objeto central de su reflexión. Pero a la Iglesia, como realidad teándrica, es decir, en cuanto es la concreción del plan del Padre, de la obra redentora del Hijo y de la presencia y acción del Espíritu Santo; a la Iglesia como pleroma de la Trinidad, en la que se manifiesta el genuino rostro de Dios a los hombres y su salvación. La Iglesia viene a ser la realidad primigenia querida por el Padre: el Cristo total, como `ser’ que participa el misterio mismo de Dios Trino, lo significa y lo comunica” (N. Silanes, “La Iglesia de la Trinidad” , 118-119). [ Links ]

(35) K. Rahner, Curso fundamental , 398.

(36) K. Rahner, Curso fundamental , 404. Había dicho este autor: “El cristianismo es autocomunicación personal del misterio sagrado de Dios, llega a nosotros de manera que se produce en nosotros una historia real de dicha comunicación de Dios mismo, y que tal comunicación sobrenatural y trascendental de Dios está mediada forzosamente en la historia. Si existe así una historia de la salvación y una historia además que se ha desarrollado hacia su absoluto e irreversible punto cimero en la historia de Jesús, el crucificado y resucitado, en consecuencia esta concreción de la historia de la salvación como mediación y concreción de mi sobrenatural y gratuita relación trascendental con Dios ya no puede cesar, es decir, tiene que haber una Iglesia” (K. Rahner, Curso fundamental , 403).

(37) Cf. además LG 9: Dios reunió al grupo de los que creen en Jesús y lo reconocen el autor de la salvación y el principio de la unidad y de la paz, y fundó la Iglesia para que sea para todos y cada uno el sacramento visible de esta unidad que nos salva; LG 59: Dios no quiso manifestar solemnemente el misterio (Sacramentum) de la salvación humana antes de enviar el Espíritu prometido por Cristo; SC 5: Del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia; SC 26: Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es `sacramento de unidad’, esto es, pueblo santo, congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos; GS 42: La promoción de la unidad está ligada a la misión íntima de la Iglesia, puesto que ella es `en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano’; GS 45: Todo el bien que el Pueblo de Dios puede aportar a la familia humana en el tiempo de su peregrinación terrena, deriva del hecho de que la Iglesia es `sacramento universal de salvación’, que manifiesta y realiza al mismo tiempo el misterio del amor de Dios al hombre; AG 1: La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser `sacramento universal de salvación’, por exigencia íntima de su misma catolicidad, obedeciendo al mandato de su Fundador, se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres; AG 5: El Señor, habiendo recibido toda potestad en el cielo y en la tierra, antes de ascender al cielo, fundó su Iglesia como sacramento de salvación y envió a los apóstoles al mundo entero, como también Él había sido enviado por el Padre.

(38) “La calificación de la Iglesia como sacramento de salvación es un precioso medio conceptual para expresar la pertenencia de la Iglesia a Jesucristo y su condición de servidora de la humanidad” (R. Blázquez, La Iglesia del Concilio Vaticano II (Salamanca 1988), 90). [ Links ]

(39) Cf. M. Kehl, La Iglesia , 72-75; R. Blázquez, La Iglesia del Concilio , 88-97.

(40) M. Kehl, La Iglesia , 73. Afirma J. Rigal: “La Iglesia está situada en el misterio de Dios como aquella que anuncia y actualiza en medio de los hombres el designio de Dios realizado por Jesucristo bajo el soplo del Espíritu” (Le Mystère de L’Église. Fondements théologiques et perspectives pastorales (Paris 1996), 85). [ Links ] Cf. ibíd., 84-86.

(41) Cf. M. Kehl, La Iglesia , 73.

(42) M. Kehl, La Iglesia , 73.

(43) “La Iglesia no es sacramento más que `en Cristo’. Ella no se percibe jamás como una realidad autónoma y subsistente en sí misma El pueblo de los bautizados no será `signo’ más que en la medida que se convierta a la Palabra de Dios, para dejarse transformar, Él mismo, constantemente,

por el mensaje que Él mismo transmite. Aunque se someta al Evangelio, aunque Jesús le haya prometido la asistencia del Espíritu, Él sabe que no es propietario, sino el simple depositario de un proyecto que lo interpela a Él mismo, lo purifica, y le procura la vida y la fecundidad” (J. Rigal, L’ecclésiologie de communion. Son évolution historique et ses fondements (Paris 1997), 324.326).

(44) “Puede, pues, decirse que la Iglesia existe ya actualmente, y desde todo su primer origen, en esta unidad que hemos descrito, pero que debe crecer hasta la parusía tanto en cada uno de sus miembros como en su totalidad. Ella existe ya, ella ha sido desde el primer momento de su existencia la `plenitud de Cristo’: aquello en lo que Él mismo se perfecciona y se completa. Pero este complemento, este perfeccionamiento en nosotros, es decir, en la Iglesia, del `Cristo total’, según la expresión tan grata a San Agustín, debe proseguirse hasta que el Cristo total, que nosotros formamos ya, llegue a la plenitud de su edad o de su talla adulta, tanto en cada uno de nosotros como en todos nosotros” (L. Bouyer, La Iglesia de Dios. Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu (Madrid 1973), 327). [ Links ] Cf. ibíd., 325-332.

(45) R. Blázquez, La Iglesia del Concilio , 93.

(46) “Así pues, es una estrecha relación la que une a la Iglesia y al Reino: relación de una transición progresiva de la una al otro, que no se acabará hasta más allá de la historia. Sin embargo, ya se perfila la Iglesia en donde se habla del Reino. El Reino va tomando forma en donde la Iglesia vive profundamente su llamada. La Iglesia es ya una porción de la humanidad en la que están presentes los bienes del Espíritu del Señor, al menos como un germen, como algo que comienza” (J.-M. R. Tillard, Iglesia de Iglesias (Salamanca 1991), 67). [ Links ] Cf. ibíd., 64-85.

(47) B.-D. de la Soujeole, Le sacrement de la communion. Essai d’ecclésiologie fondamentale (Paris 1998), 45. [ Links ]

(48) “La Iglesia en cuanto tal se reúne en el día de hoy bajo la palabra de Cristo, y en esta reunión, que es el perfeccionamiento no solamente de su obra, sino de sí mismo, de su cuerpo, se construye como templo del Espíritu. El Espíritu, en efecto, no puede tener otro templo sino un templo de piedras vivas en el que Cristo es la piedra angular y en el que nosotros somos todos llamados a formar con Cristo una sola sociedad en la ágape del Padre. Jesús nos ha revelado esta ágape en su vida y en su muerte, y su muerte, por la resurrección que ha hecho de él para nosotros no solamente `el Señor’, sino `el Espíritu vivificante’, nos la ha dado. El Espíritu en nosotros, el Espíritu del Hijo, el Espíritu de filiación que procede del Padre mismo es su fuente permanente, y la Iglesia de la nueva y eterna alianza es su realización, todavía progresiva pero ya plenamente actual” (L. Bouyer, La Iglesia de Dios , 316). Cf. ibíd., 310-316.

(49) Cf. R. Blázquez, La Iglesia del Concilio , 94.

(50) “El Espíritu Santo, que es el Espíritu del Padre y del Hijo en la eternidad, es el Espíritu de Cristo; le pertenece desde su encarnación, pero, sobre todo, desde su resurrección, como trofeo de su victoria sobre el pecado y sobre la muerte. Lo ha merecido para su Cuerpo y, en Pentecostés, lo ha comunicado a todos sus miembros. En su resurrección, Cristo ha venido a quedar constituido en plataforma desde la que se comunica el Espíritu Santo a toda la Iglesia, de suerte que el Espíritu es el artífice del Cuerpo de Cristo y de todo su desarrollo” (N. Silanes, “La Iglesia de la Trinidad” , 341).

(51) “Jesucristo, en una palabra, es el `locus’ en el que se desvela el ser divino en su condición de Ser -en Él- Padre para los hijos de adopción y en el que se manifiesta la condición del hombre como `ser’ en Cristo y desde Cristo, por la virtud del Espíritu, para el Padre. En Cristo se encuentran Dios y el hombre. En Cristo el Padre se da a los hombres `in Spiritu’ y en Cristo los hombres son aceptados por el Padre también `in Spiritu’. En Cristo se concentra toda la salvación que, en definitiva, es Dios (el Padre) mismo que se autodona al hombre Jesús y, en Él, a todos los hombres” (N. Silanes, “La Iglesia de la Trinidad” , 301-302).

(52) R. Blázquez, La Iglesia del Concilio , 94.

(53) El Pneuma desvela el misterio de Cristo haciéndolo comprender en profundidad y asiste a la Iglesia en su tarea de anunciar a Cristo y transmitirlo El Pneuma `conduce a la Iglesia a la unión consumada con su Esposo’ (LG 4)” (N. Silanes, “La Iglesia de la Trinidad” , 418).

(54) “Dios es santo de igual manera en las tres personas, pero la santidad ha sido atribuida de manera particular al Espíritu Santo El Espíritu Santo es la santidad hypostática por su naturaleza misma. Por eso se le llama el Panhagion (Todo-Santo), porque él es la esencia de la santidad misma. Esta vida santificante nos es dada de múltiples maneras, especialmente a través de la Palabra y los sacramentos, estas dos formas del Pan de la vida (DV 21) donde el Espíritu se revela y se comunica. `Por la fuerza del Evangelio, él (Espíritu) reúne a la Iglesia y la renueva sin cesar (LG 4)” (J. Rigal, Le Mystère de L’Église , 226). Cf. ibíd., 226-228.

(55) Cf. N. Silanes, “La Iglesia de la Trinidad” , 403-418.

(56) “El conjunto de los teólogos atribuye al Espíritu Santo la eficacia de todos los sacramentos. Gracias a `su’ acción se cumple aquello que la Palabra anuncia. Quien recorre los ritos del bautismo, de la confirmación, del orden, de la reconciliación, o de cualquier otro rito sacramental, siempre figura una invocación al Espíritu Santo” (J. Rigal, Le Mystère de L’Église , 227).

(57) M. Kehl, La Iglesia , 364.

(58) Cf. M. Kehl, La Chiesa come istituzione en W. Kern – H.J. Pottmeyer – M. Seckler (Eds.), Corso di teologia fondamentale, III: Trattato sulla Chiesa (Brescia 1990), 215-225.

(59) “Aunque la Iglesia, esta Iglesia que hemos descrito como existente ya desde Pentecostés, puede juntarnos ya en ella como en la Iglesia que tiene no solamente las promesas de la vida eterna, sino también sus `primicias’ (Rom 8,23) por medio del Espíritu, sin embargo ella, por una parte, tiene todavía que extenderse `hasta las extremidades de la tierra’ (Hech 1,8) y, por otra, cada uno de sus miembros, de los que, en todo caso, están actualmente sobre la tierra, está todavía solamente en vía hacia la perfección. De ahí una última plenitud que la Iglesia espera todavía y que no le será dada antes que venga el Reino divino, con la Parusía definitiva del Salvador” (L. Bouyer, La Iglesia de Dios , 327). Cf. B. Forte, La Iglesia , 348-352.

(60) Cf. L. Bouyer, La Iglesia de Dios , 611-616.

(61) B. Forte, La Iglesia , 348.

(62) K. Rahner, Curso fundamental , 397.

(63) K. Rahner, Curso fundamental , 398.

(64) K. Rahner, Curso fundamental , 398.

(65) Cf. K. Rahner, Iglesia y Sacramentos (Barcelona 1960), 15-19.

(66) Cf. M. Kehl, La Iglesia , 74.

(67) “Para marcar esa relación de intimidad, pero también de dependencia, se dirá que Cristo es sacramento `fundamental’ de Dios, y la Iglesia sacramento `principal’ de Cristo. El teólogo luterano Eberhard Jüngel distingue el único `sacramento fundador’ (Cristo), y aquella que permanece como `sacramento fundado’ (la Iglesia), o aún, en el mismo sentido, la Iglesia como `sacramento análogo’ que envía a su vez al `sacramento analogante’, Jesucristo. Más allá del vocabulario siempre insuficiente, lo que cuenta es la realidad. Un misterio no puede ser agotado en un único concepto. Se percibe, sin embargo, que el sacramentum no puede ser aislado del musterion que invoca primero, no una dimensión eclesiológica, sino su fuente directamente cristológica” (J. Rigal, Le Mystère de L’Église , 85). Cf. id., L’ecclésiologie de communion , 319-329.

(68) K. Rahner, Curso fundamental , 236.

(69) Adv. haer. IV,6,6. El texto completo afirma: “El Padre se manifestó en su Verbo hecho visible y palpable: todos vieron al Padre en el Hijo, aunque no todos creyeron en él. Pues lo invisible del Hijo es el Padre, y lo visible del Padre es el Hijo”.

(70) “Sacramento originario (Ur-Sakrament) de unidad es ciertamente Jesucristo; Él y el Padre son una sola cosa (Jn 10,30); en él los creyentes son una sola cosa con el Padre” (J. Werbick, La Chiesa. Un progetto eclesiológico per lo studio e per la prassi (Brescia 1998), 487-488). [ Links ]

(71) Cf. J. Werbick, La Chiesa , 488.

(72) Cf. N. Silanes, “La Iglesia de la Trinidad” , 343-346.

(73) M. Kehl, La Iglesia , 74-75.

(74) Cf. LG 1.

(75) “La Iglesia es la continuación, la permanencia actual de esta presencia real escatológica de la victoriosa voluntad gratífica de Dios, inserta definitivamente con Cristo en el mundo. La Iglesia es la presencia permanente de esa protopalabra sacramental de la gracia definitiva que es Cristo en el mundo, palabra que actúa lo dicho, al ser esto dicho en el signo. La Iglesia, como tal permanencia de Cristo en el mundo, es realmente el protosacramento, el punto de origen de los sacramentos en el sentido propio de la palabra Considerada por parte de Cristo, la Iglesia es la permanente notificación de su propia presencia en el mundo; considerada por parte de los sacramentos, la Iglesia es el protosacramento”. (K. Rahner, Iglesia y Sacramentos , 19-20).

(76) Cf. G. Philips, La Iglesia y su misterio. Historia, texto y comentario de la Lumen Gentium, I (Barcelona 1968), 143-149; [ Links ] L. Hödl, “Die Kirche ist nämlich in Christus gleichsam das Sakrament “. Eine Konzilsaussage und ihre nachkonziliare Auslegung, en W. Geerlings – M. Seckler, Kirche sein. Nachkonziliare Theologie im Dienst der Kirchenreform (Für H. P. Pottmeyer) (Freiburg 1994), 163-174. Especialmente 172-173. [ Links ]

(77) Cuerpo místico y sociedad jerárquica no evocan exactamente lo mismo, sino que cada una expresa un aspecto particular de la misma institución fundada por Cristo. En todo caso, no se puede pertenecer a una sin pertenecer a la otra.

(78) R. Polanco, La mediación eclesial de la salvación: Teología y Vida 42 (2001) 143.

(79) Cf. R. Polanco, La mediación eclesial de la salvación , 143.

(80) “Con el doble concepto `mysterium/sacramentum’, el concilio retoma el lenguaje común de los padres de la Iglesia, y al mismo tiempo, destaca esa visión jurídica y canónica de la Iglesia, centrada sobre la institución, que fue elaborada desde la Edad Media hasta el Vaticano I, pasando por Belarmino. A una eclesiología que rechaza de forma general identificar de cualquier manera que sea la Iglesia de Jesucristo con la institución visible de la Iglesia, el Vaticano II opone la visibilidad y la realidad sacramental de la Iglesia de Cristo en el mundo” (W. Kasper, Le mystère de la Sainte Église. Un rappel ecclésiologique au soir d’un “siècle de l’Église”, en M. Deneken, L’Église à venir. Mélanges offerts à Joseph Hoffmann (Paris 1999), 309-344, aquí, pág. 328). [ Links ]

(81) No se trata entonces de una continuación de la encarnación, ni una encarnación rediviva, sino del Espíritu de Cristo que se hace presente y actuante en la Iglesia. Por eso dice, con palabras bien cuidadas, una non mediocrem analogiam. En efecto, en el caso del Logos, él mismo sustenta la humanidad de Cristo, de tal manera que, a través de la humanidad, se transforma en el sacramento originario de nuestra salvación. Pero es solo una analogía porque en el caso de la Iglesia, ya no es el Logos simplemente el que se une a una humanidad concreta, sino que es el Espíritu de Cristo -Dios y hombre verdadero- el que se sirve de la Iglesia como de instrumento universal de salvación. De no comprender esto podemos caer fácilmente en un monofisismo eclesiológico.

(82) J. Werbick, La Chiesa , 490. Cf. también J. Rigal, L’ecclésiologie de communion , 318-329.

(83) “El ente espiritual se realiza (actúa) exteriorizándose; al mismo tiempo él se comunica a sí mismo en medio de las propias formas expresivas y se posee/se pone. Él es en sí mismo simbólico y hecho para la comunicación simbólica” (J. Werbick, La Chiesa , 493).

(84) Cf. M. Kehl, La Iglesia , 73-74.

(85) “Si el hombre es verdaderamente uno, esta unidad substancial de cuerpo y de alma apunta a la dignidad de la personalidad. La corporalidad, y por ella la visibilidad, no es accidental al hombre, sino esencial” (B.-D. de la Soujeole, Le sacrement de la communion , 170). Cf. ibíd., 169-170.

(86) K. Rahner, Iglesia y Sacramentos , 40.

(87) Cf. K. Rahner, Iglesia y Sacramentos , 37-44.

(88) Cf. J. Werbick, La Chiesa , 492.

(89) “Jesucristo es la `visibilidad’ y la `tangibilidad’ del volverse salvífico de Dios al hombre perdido, su `símbolo originario’. Tal volverse de Dios, sin embargo, deviene visible y tangible en y con Jesucristo por el hecho que Él lo testimonió, se dejó conquistar por esa misma visibilidad y tangibilidad, y la demostró mediante una vida auténticamente humana procedente del Espíritu de Dios” (J. Werbick, La Chiesa , 494).

(90) Cf. J. Werbick, La Chiesa , 493-497.

(91) “El santo Sínodo , basado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, enseña que esta Iglesia peregrina es necesaria para la salvación. Cristo, en efecto, es el único Mediador y camino de salvación que se nos hace presente en su Cuerpo, en la Iglesia. Él, al inculcar con palabras, bien explícitas, la necesidad de la fe y del bautismo (cf. Mc 16,16; Jn 3,5), confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que entran los hombres por el bautismo como por una puerta” (LG 14).

(92) Para lo que sigue, cf. R. Polanco, La mediación eclesial de la salvación , 145-149.

(93) Cf. J. Ratzinger, El nuevo Pueblo de Dios. Esquemas para una Eclesiología (Barcelona 1972), 391-399. [ Links ]

(94) “Nadie se libera del pecado por sí mismo y por sus propias fuerzas ni se eleva sobre sí mismo; nadie se libera completamente de su debilidad, o de su soledad, o de su esclavitud. Todos necesitan a Cristo, modelo, maestro, libertador, salvador, vivificador. Realmente en la historia humana, incluso en la temporal, el Evangelio ha sido fermento de libertad y progreso y sigue ofreciéndose como fermento de fraternidad, de unidad y de paz. Por consiguiente, no sin razón, Cristo es celebrado por los fieles como `Esperanza de las naciones y Salvador'” (AG 8).

(95) Sin embargo, en estos diversos círculos concéntricos se encuentra también entremezclada la realidad del pecado de cada hombre, que en definitiva es lo que aleja de Dios. Pero esa realidad permanecerá hasta que sea purificada definitivamente en la eternidad. cf. Mt 13,47-50

(96) Afirma GS 22: “El que es `imagen de Dios invisible’ (Col 1,15) es el hombre perfecto que restituyó a los hijos de Adán la semejanza divina, deformada desde el primer pecado. En Él la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida; por eso mismo, también en nosotros ha sido elevada a una dignidad sublime. Pues Él mismo, el Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (destacado nuestro).

(97) M. Kehl, Escatología , 225.

(98) M. Kehl, Escatología , 225-226.

(99) M. Kehl, Escatología , 226.

(100) En todo caso, es totalmente lícito que cada religión parta su propia reflexión acerca de la revelación y salvación que propone con la convicción de la verdad y absolutez de su propia opción. Luego en la vida tendrá que probar que su pretensión es correcta, al mostrarse realmente válida y “salvadora” para cada hombre y mujer con que se encuentre.

(101) Cf. R. Bernhardt, La pretensión de absolutez del cristianismo. Desde la Ilustración hasta la teología pluralista de la religión (Bilbao 2000), 316-319. [ Links ]

¿La salvación se pierde o no?

Hay una pregunta que parece ser sencilla, pero despierta profundos debates teológicos: ¿la salvación se pierde? De su respuesta depende nuestra seguridad respecto a la obra de Dios en nuestras vidas. Así que, aunque existen diferentes posturas y argumentos, debemos procurar contestarla basándonos en las enseñanzas de la Biblia.

Si bien este puede ser un tema complejo, nosotros creemos que la salvación no se pierde. En este artículo expondremos de forma breve las tres principales razones por las que asumimos esta postura. Pero antes, nos detendremos a reflexionar sobre lo que enseña la Biblia acerca del significado y la importancia de ser salvos.

¿Qué es la salvación?

La salvación bíblica es el acto mediante el cual somos liberados del pecado y sus consecuencias por medio de la fe en Cristo. No obstante, la salvación implica mucho más, pues al recibirla somos justificados, regenerados y adoptados por Dios. Cuando somos salvos morimos a nuestra antigua manera de vivir y recibimos una nueva vida. Asimismo, el Espíritu de Dios nos sella y viene a morar en nosotros como garantía de la herencia que hemos recibido.

¿Por qué necesitamos la salvación?

Esta pregunta también es muy común e importante. Por supuesto, podemos encontrar su respuesta en las Escrituras. Necesitamos ser salvos porque, a causa del pecado, el ser humano está condenado a vivir eternamente separado de Dios. La Biblia nos muestra que “la paga del pecado es destrucción” (Romanos 6:23). Es decir, el pecado nos mantiene en una condición de muerte, esclavitud y ceguera espiritual.

Como consecuencia de nuestro pecado, además, estábamos bajo la ira y la condenación de Dios (Colosenses 3:6). Por lo tanto, era imposible que nos reconciliáramos con Él por nuestros propios medios. Nuestras buenas obras y sacrificios son insuficientes para un Dios santo y justo como Jehová. Es por eso que necesitábamos un salvador, alguien que pagara nuestra deuda con Dios y un sacrificio que pudiera limpiar nuestro pecado. Ese salvador es Cristo, nuestro Señor.

¿Cómo podemos ser salvos?

Después de haber entendido la importancia de la salvación, necesitamos saber cómo recibirla. La Palabra de Dios nos dice que para ser salvos debemos tener fe en Cristo, confesar nuestros pecados y arrepentirnos de ellos. De esta manera, obtendremos perdón, justificación y un nuevo nacimiento espiritual. Es decir, seremos transformados por el Señor y con el poder de su Espíritu podremos vivir una vida agradable a Él.

Si declaras abiertamente que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo. Pues es por creer en tu corazón que eres hecho justo a los ojos de Dios y es por declarar abiertamente tu fe que eres salvo. Romanos 10:9-10

Tres razones bíblicas para no creer que la salvación se pierde

Ahora que entiendes qué es la salvación y cómo podemos recibirla, es hora de contestar nuestra pregunta inicial. Para saber si la salvación se pierde o no, debemos ir en primer lugar a las Escrituras. Allí encontraremos la verdad y la guía que necesitamos sobre este tema tan importante. A continuación, te mostramos tres razones bíblicas en las que nos basamos para creer que la salvación no se pierde.

La salvación es por gracia, no por obras

En Efesios 2:1-10 la Biblia nos ofrece una grandiosa explicación acerca de la forma en la que recibimos la salvación. Este pasaje nos recuerda que, antes de ser salvos, estábamos muertos en nuestros delitos y pecados. Solo Dios, por su gran amor, gracia y misericordia, pudo librarnos de esa condición.

Pero Dios es tan rico en misericordia y nos amó tanto que, a pesar de que estábamos muertos por causa de nuestros pecados, nos dio vida cuando levantó a Cristo de los muertos. (¡Es solo por la gracia de Dios que ustedes han sido salvados!) Efesios 2:4-5

Este mismo pasaje afirma que la salvación es por gracia, no por nuestros propios méritos. Así que, si no recibimos la salvación por nuestras obras, ¿tendría sentido que la perdiéramos a causa de ellas? Aunque hiciéramos todo lo posible por cumplir con el estándar de santidad de Dios, no podríamos lograrlo por nuestras fuerzas. Por lo tanto, nuestras obras no tienen el poder para salvarnos ni para mantenernos salvos.

Dios los salvó por su gracia cuando creyeron. Ustedes no tienen ningún mérito en eso; es un regalo de Dios. La salvación no es un premio por las cosas buenas que hayamos hecho, así que ninguno de nosotros puede jactarse de ser salvo. Efesios 2:8-9

Dios es quien produce nuestras buenas obras

Es verdad que, cuando somos salvos, nuestras acciones y actitudes demuestran si realmente somos hijos de Dios. Las obras son una muestra externa de la obra de Dios en nuestros corazones. Sin embargo, el Espíritu Santo es quien “produce en nosotros tanto el querer como el hacer según su voluntad” (Filipenses 2:13). Es decir, todas nuestras buenas obras son hechas por Dios a través de nosotros. De modo que toda la gloria es suya y no nuestra.

Pues somos la obra maestra de Dios. Él nos creó de nuevo en Cristo Jesús, a fin de que hagamos las cosas buenas que preparó para nosotros tiempo atrás. Efesios 2:8-10

Si la salvación se pierde, Dios no sería fiel a su promesa

Una vez que recibimos la salvación de parte de Dios, Él nos promete entregarnos como herencia la vida eterna en su Reino. Asimismo, nos da a su Espíritu Santo como garantía de que cumplirá esta promesa. Si Él decidiera quitarnos la salvación, iría en contra de su propia palabra. Sin embargo, la Biblia nos enseña que el Señor nunca cambia y que podemos descansar con seguridad en sus promesas.

El Espíritu es la garantía que tenemos de parte de Dios de que nos dará la herencia que nos prometió y de que nos ha comprado para que seamos su pueblo. Dios hizo todo esto para que nosotros le diéramos gloria y alabanza. Efesios 1:14

Asimismo, las Escrituras afirman que Dios no miente (Tito 1:2) y que los dones de Dios son irrevocables (Romanos 11:26). Como hemos visto, la salvación es una promesa y un don de Dios. Así que, si la salvación pudiera perderse, las enseñanzas de la Biblia acerca de la fidelidad y la veracidad de Dios serían inválidas.

La salvación implica un nuevo nacimiento

Un cristiano no es solo una persona que ha decidido practicar una nueva religión, sino una nueva criatura (2 Corintios 5:17). Por medio de la fe volvemos a nacer y obtenemos una nueva vida espiritual. Por lo tanto, si la salvación se perdiera, Dios tendría que deshacer su creación. Además, Romanos 6:5-11 nos dice que nuestro “viejo hombre” fue crucificado junto con Cristo y ahora vivimos por Él y para Él. Esta verdad tiene una serie de implicaciones que cambiarán tu manera de concebir la salvación.

El pecado ya no tiene poder en nuestras vidas

Cuando una persona ha muerto con Cristo y ha nacido de nuevo, el pecado ya no tiene poder en su vida. Por lo que, a pesar de que los cristianos aún cometemos errores, el pecado no nos esclaviza ni nos domina como antes. El Espíritu Santo que mora en nosotros nos da el poder para vencerlo. De modo que, al contrario de lo que muchos piensan, la seguridad de la salvación no es una excusa para pecar.

Si una persona se “aparta de Dios” y comienza a vivir en pecado sin ningún tipo de remordimiento, es probable que nunca haya sido salva. Quien ha recibido la salvación, además de tener una nueva naturaleza, tiene un agradecimiento y un amor profundo hacia aquel que lo salvó. Es imposible amar a Dios y desobedecerle deliberadamente al mismo tiempo. Si realmente lo amamos, anhelamos agradarle con todo nuestro ser.

Sabemos que nuestro antiguo ser pecaminoso fue crucificado con Cristo para que el pecado perdiera su poder en nuestra vida. Ya no somos esclavos del pecado. Pues, cuando morimos con Cristo, fuimos liberados del poder del pecado; y dado que morimos con Cristo, sabemos que también viviremos con él. Romanos 6:6-8

La muerte al pecado ocurre solo una vez

Sería ilógico pensar que podemos morir y resucitar varias veces. Así como Cristo murió y resucitó solo una vez, nosotros morimos al pecado una vez y para siempre al confesar su nombre. Como consecuencia, no vivimos para el mundo sino para nuestro Señor. De igual manera, tenemos la seguridad de que resucitaremos y tendremos vida eterna juntamente con Él en su Reino.

Estamos seguros de eso, porque Cristo fue levantado de los muertos y nunca más volverá a morir. La muerte ya no tiene ningún poder sobre él. Cuando él murió, murió una sola vez, a fin de quebrar el poder del pecado; pero ahora que él vive, vive para la gloria de Dios. Así también ustedes deberían considerarse muertos al poder del pecado y vivos para Dios por medio de Cristo Jesús. Romanos 6:9-11

Entonces, ¿la salvación se pierde o no?

Estas tres razones nos han demostrado que la salvación es por gracia y no por nuestras obras. Además, es un regalo inmerecido que Él nos ofrece por su gracia e implica un poder transformador que nos hace morir al pecado y vivir para Cristo. Entonces, ¿por qué creeríamos que podemos perder la salvación? Este temor indica que, en lugar de confiar en Dios, estamos confiando en nuestras propias fuerzas.

Debemos depender por completo de Cristo y su Palabra. Solo así tendremos la vida abundante y libre que Él nos promete. Si has confesado a Jesús como tu único y suficiente salvador, puedes tener la confianza de que no perderás tu salvación. Sin embargo, si este tema aún genera dudas en ti, estaremos encantados de responderlas en los comentarios.

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Si la salvación no se pierde, ¿por qué no seguir andando en pecado?

Una de las verdades más preciosas en el universo, es el hecho de que Dios prometió terminar lo que empezó en todos sus redimidos (Romanos 8:30; Filipenses 1:6).

Es lo que en los círculos reformados se conoce como la doctrina de la perseverancia de los santos o, como algunos preferimos llamarle, la doctrina de la preservación de los santos: La enseñanza bíblica de que la salvación nunca se pierde si en verdad hemos sido salvos, porque Dios se asegura de preservarnos haciéndonos perseverar en el camino de la fe.

He argumentado sobre ella en el pasado. [Siguiendo el enlace puedes ver cómo esta doctrina está claramente a lo largo de la Biblia, y las respuestas en la Palabra a las objeciones más comunes].

Sin embargo, aunque esta verdad es preciosa, para muchas personas no lo es. Una de las críticas más frecuentes va así: “Si la salvación no se pierde, ¿por qué no seguir andando en pecando? ¡Esa doctrina fomenta el pecado!”

Pero esa misma objeción en realidad evidencia que no se ha entendido bien que la doctrina en la que creo es llamada “la perseverancia de los santos”, no “el libertinaje de los santos”.

Precisamente, la enseñanza de la perseverancia de los santos muestra que cuando una persona vive entregada al pecado, en realidad nunca ha sido salva (1 Juan 3:9). Alguien que “pierde su salvación” es alguien que en realidad nunca la tuvo (2 Juan 9).

La Palabra de Dios nos enseña que el evangelio nos lleva a amarle, viviendo cada día más como Él quiere que lo hagamos (cp. Lucas 7:47; Tito 2:11-14). Conocer el amor de Dios nos motiva a vivir en adoración a Él. Pero no sólo nos motiva, sino que efectivamente, la gracia de Dios nos transforma de tal manera que jamás podremos volver a ser los mismos de antes.

El apóstol Pablo afirma esto de manera potente y clara en el sexto capítulo de su carta a los romanos. “¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde? ¡De ningún modo! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Romanos 6:1-2).

De una forma que no comprenderemos plenamente de este lado de la eternidad, los cristianos hemos muerto en Cristo al pecado, de manera que ahora estamos vivos para Dios (v. 3-11). Antes estábamos espiritualmente muertos en el pecado, pero por la gracia de Dios ahora tenemos vida espiritual (Efesios 2:1-11).

Por eso aquel capítulo en Romanos termina así: “Habiendo sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como resultado la vida eterna. Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (v. 22-23).

Por la gracia de Dios, si hemos sido salvos por medio de la fe en Cristo tenemos como fruto la santificación, de manera similar a la que los árboles de manzana no pueden dar fruto de otra cosa que no sea manzana. Sencillamente, no podemos ser los mismos de antes.

Esto significa que no sólo nada nos arrebatará de la mano de Dios (Juan 10:27-28), ¡sino que jamás nos saldremos de ella si en verdad hemos creído!

“El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:32). Por eso podemos confiar en que si Dios entregó a Jesús por nosotros, nos da también la perseverancia que necesitamos para no apartarnos de esta salvación que Él nos dio.

La gracia soberana de Dios no es una excusa para pecar, sino el poder de Dios para que seamos salvos y andemos en santidad. Si somos realmente salvos, no perseveraremos en el pecado.

Publicado originalmente el 2 de mayo de 2016.

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Aquí les dejo una relación de versos bíblicos que demuestran que la Salvación no puede perderse .Espero que mediten en ellos y saquen su propias conclusiones.

VERSÍCULOS BÍBLICOS NUEVO TESTAMENTO

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. – Juan 3:16.

Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Juan 10:27.

Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. – Juan 10:29.

Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. – Hechos 2:21.

Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos. – Hechos 15:11.

Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús. – Ro. 3:24.

Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. – Ro. 8:1.

El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosasí ¿Quién acusará a losescogidos de Diosí Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está ala diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.

¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, odesnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todasestas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.

Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, niprincipados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios,que es en Cristo Jesús Señor nuestro. – Ro. 8:32-39.

Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. – Ro. 10:13.

Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. – Efesios 2:8-9.

Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de sutemor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos losque le obedecen. – Hebreos 5:7-9.

Ana Mabel Bandera Saavedra, Colombia.

Es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría. – Judas 24.

Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente. – Ap.22:17.

VERSÍCULOS BÍBLICOS ANTIGUO TESTAMENTO

La mano de Dios es para bien sobre todos los que le buscan; mas su poder y su furor contra todos los que le abandonan. Esdras 8:22b

He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es JAH Jehová, quien ha sido salvación para mí. – Isaías 12:2.

No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mijusticia. – Isaías 41:10.

He aquí que Jehová el Señor me ayudará; ¿quién hay que me condene? He aquí que todos ellos se envejecerán como ropa de vestir, serán comidos por lapolilla. – Is. 50:9.

A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. –Isaías 55:1.

Dudodos Y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo, dice Jehová, para librarte. – Jeremias 1:19. Felipe Ruiz, Chile.

No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que darátambién juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar. – 1 Corintios 10:13.

Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. – 1 Corintios 15:57.

Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento. – 2Corintios 2:14.

En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. Y ciertamente todo sacerdote está día tras díaministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados;

pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempreun solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de suspies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados. – Hebreos 10:10-14. Alexis Romo Marín, Chile.

Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo. – 1 Juan 4:4.

Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. – 2 Pe. 1:10.

¿La Salvación Se Pierde? Mitos Y Verdades Sobre La salvación

¿La salvación se pierde o no? Esta es una pregunta que generalmente tiene muchas respuestas infundadas de parte cristianos que solamente se basan en la experiencia, la creencia propia y la fe en sí mismos. Por su parte, los teólogos, han contradicho muchas de las posiciones de los mismos, por lo tanto este tema ha creado bastante polémica, incluso entre los mismos cristianos de diferentes denominaciones. Aquí te mostraremos la verdad acerca del regalo más grande que se le ha entregado a la humanidad desde el principio de los tiempos: “la salvación”.

Índice De Contenidos

¿La salvación se pierde?

La respuesta a esa pregunta bíblicamente es un rotundo, claro, enfático, alegre y glorioso “No”. Una persona nacida de nuevo no puede morir. Dios no dice: “te portaste bien, toma la salvación”, “pecaste, ahora dame mi salvación otra vez”. ¡Se oye hasta absurdo! ¿Cierto? Daré algo de pensamiento bíblico aquí, tratando de ser lo más textual posible para explicar la verdad acerca de si la salvación se pierde o no. Hay tres cosas importantes que debes de tomar en cuenta:

1. Dios no nos dio vida temporal

La vida que se imparte en el nuevo nacimiento es precisamente la vida eterna. “Este es el testimonio de que Dios nos dio vida eterna [nos ha dado vida eterna], y esta vida está en su Hijo” (1 Juan 5:11). Entonces no nos dio vida temporal, sino vida eterna. Ya estamos participando en la vida de la era venidera.

“Si eres llamado, no puedes perder tu salvación”

2. Los llamados son santificados y son salvos

El tipo de llamado del que habla Pablo en Romanos 8:30 es la llamada de Lázaro, por Jesús, desde la tumba: “Lázaro, sé que estás muerto. Ahora sal” (ver Juan 11:43). El llamado crea la vida, y eso es lo que le sucedió a todos los cristianos: el llamado soberano de Dios creó la vida. Eso significa que hay una promesa adjunta al llamado.

Aquí hay algunos textos que muestran esta conexión. Primero Tesalonicenses 5: 23–24 dice: “Que el Dios de la paz mismo te santifique por completo…en la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que te llama es fiel; seguramente lo hará”. Entonces la lógica aquí es: si has sido llamado, Dios es fiel y te guardará para el último día.

3. Preservación de los predestinados

Mucha gente piensa que la seguridad eterna es como una vacuna. Piensan: “Cuando tenía 6 años, oré y Dios vacunó mi brazo”. “Por lo tanto, no puedo contraer la enfermedad de la condenación”. Así no es como es. Más bien, es más como ingresar a la terapia de por vida con un médico que dice: “Eres mi paciente. Harás lo que te digo y te llevaré hasta el final, completo hasta el último día.

Aquí está Jeremías 32:40 que dice: “Haré con ellos un pacto eterno, no dejaré de hacerles el bien”. “Y pondré el temor a mí en sus corazones, para que no se aparten”. Entonces, el nuevo pacto que Jesús compró con su sangre es un pacto de preservación. No es solo seguridad de alguna manera mecánica. Es preservación de forma activa. Dios está activo en mi vida.

“La perseverancia en la fe es la evidencia de que hemos sido hechos parte de Cristo”.

Cuando les pregunto a las personas: “¿Cómo sabes que serás cristiano cuando te despiertes por la mañana?” mucha gente está un poco sorprendida por la pregunta. Responden: “Oh, porque, ya sabes, es como ser humano”. No, no es como ser humano. Te despertarás siendo cristiano mañana por la mañana porque Dios es fiel. Dios te despertará y despertará en ti su fe.

El problema del legalismo

La biblia es muy clara, lo que sucede es que algunas personas se basan aún en la ley, esa ley de la que habla el antiguo testamento, la ley que tenía que ser cumplida a cabalidad para poder obtener la salvación. Las normas impuestas allí eran muy estrictas, es decir, si incumplías con tan solo una de estas no podías ser salvo. Por ejemplo, comer animales ahogados era considerado impuro (pecado), que una mujer no saliera del campamento cuando tenía la menstruación también era considerado pecado.

Deuteronomio 23: 9 resalta muchas de las cosas que estoy explicando. Algunos dicen que puedes perder la salvación si cometes un pecado, y la realidad es que si fuera así, ninguno de nosotros pudiera ser salvo. Por ejemplo, en los años que tengo yendo a la iglesia, aún no he visto el primer cristiano saliendo de su casa y quedándose una semana por fuera simplemente porque tiene ganas de hacer sus necesidades biológicas o tiene la menstruación (en caso de la mujer). Nada más por este pequeñito detalle ya todo el mundo perdió la salvación.

El que cree ser salvo por la ley, desecha la gracia de Cristo

La creencia de que la salvación se pierde es un problema que ha creado el legalismo. El legalismo busca la justicia de Dios por medio de los esfuerzos humanos, mientras que la fe pone la confianza solamente en el sacrificio de Cristo (Romano 5: 6-9). Al buscar la salvación mediante los esfuerzos humanos, estamos desechando la gracia que nos otorgó Cristo. (Romanos 11: 6, Gálatas 5: 4). Solamente la cruz de Cristo puede salvar.

En el versículo anteriormente mencionado del libro de Gálatas dice que si te justificas con la ley, estás cayendo de la gracia, es decir, estás diciendo que la gracia no sirve. Sí, literal; estás diciendo que la gracia no sirve y que el sacrificio de Cristo tampoco sirvió de nada. El justificarse por la ley no es lo correcto porque si fuéramos salvos por la ley, entonces ¿para qué murió Cristo? ¿Cristo pasó todo eso en la cruz nada más para hacer un espectáculo del cristianismo? No tiene lógica ¿verdad?

Gálatas 2: 21 dice que si la justicia se obtuviera por la ley, entonces el sacrificio de Cristo fue en vano. Este versículo fundamenta lo que dije anteriormente. La realidad es que Dios fue tan misericordioso que envió a sacrificio a su hijo unigénito porque sabía que con la ley nadie iba a poder ser salvo, era demasiado difícil que alguien lograra obtener la salvación de esa manera.

Gracias a este sacrificio, hemos sido liberados de la esclavitud y justificados por gracia. Sin embargo, hay personas que aún no quieren deshacerse del legalismo porque creen en la perfección propia y no en la que viene de parte de Dios. El legalismo ha ocasionado jactancia, ha causado que aún los cristianos confíen en ellos mismos y no en el poder de Dios. La humildad ha pasado a un segundo plano porque todos se creen perfectos. Esto a su vez, ha provocado que se juzguen los unos a los otros, y que la gente se olvide de que existe la misericordia y el perdón de Dios.

En Tito 3: 5-6 nos recalca que el hombre nunca podrá ser salvo por sus buenas obras, porque en él mora el pecado. El hombre será salvo solamente por la misericordia de Dios, por el precio que fue pagado con el derramamiento de la sangre de Cristo en esa cruz que se llevó consigo todos nuestros pecados y nos justificó para hacernos salvos.

Entonces te pregunto ahora yo a ti ¿la salvación se pierde? ¿Crees que dios siendo perfecto nos daría un regalo para después quitárnoslo? O ¿crees que puedes ser salvo mediante tus “buenas obras o actos de justicia”? ¿Quieres decir que Cristo pasó todas esas cosas espantosas en una cruz simplemente porque Dios quería hacerse notar? Creo que todo está más que claro aquí.

¿Entonces las personas que se apartan de cristo aún son salvas?

La posición que contradice el tema de que la salvación se pierde, crea una pregunta clave que las personas “Bueno”, ¿Qué pasa con las personas que están en la iglesia? Han sido diáconos o ancianos, y parece que se salvaron en la universidad. Cinco años después, y lo han tirado todo. Algunos de ellos mueren en esa condición. “¿Qué hay de ellos?”. Creo que hay dos versos clave en los que la gente debería pensar mucho. Primero de Juan 2:19:

“Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubieran sido de nosotros, habrían continuado con nosotros”. “Pero salieron, para que quede claro que no todos son de nosotros”.

La salvación no se gana, es entregada por gracia (es un regalo que se nos da por aceptar a Cristo), y por ende, no se puede perder. Cuando la perseverancia no se cumple, entonces nunca estábamos en la seguridad. Aquí está la clave: la garantía, por lo tanto, no es automática. Es una seguridad arraigada en nuestra confianza en un Dios absolutamente soberano que guarda el pacto, un Dios que dio a su Hijo en nombre de los pecadores para que cuando lo miremos, el Espíritu Santo nos testifique que somos hijos de Dios y que somos salvos por creer en Él.

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